Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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-¡Es verdad! -conviene Aurora, siempre al tono de la condesa.- ¡La misa no se le niega a<br />
nadie!<br />
-¡Bah, señoras, por Dios! ¿y el ejemplo? ¿y nuestras hijas? -arguye la mamá de Pura más<br />
independiente-; ¿y quieren decirme, además, qué misa de mi vida una mujer así?<br />
Miro, en este momento, sin escuchar el largo discurso que el comandante empieza, bajando<br />
un poco la voz; el tenientito, harto de discusión sin duda en el otro corro, llega en amor y<br />
compaña de Pura -y se sientan solos en un banco, juntos, hablándose amarteladamente. Ya<br />
me pareció a mí que el relojero en la disputa aprobaba a <strong>Al</strong>berto por el tenientito...<br />
Recóbrale éste la novia, a no dudar.- Luego, sin entender al comandante, que me da la<br />
espalda, sigo el efecto de su plática en los grandes ojos serios y en la cara impávida, grave,<br />
de esta otra jueza del tribunal de la opinión que se llama Aurora.<br />
-¡Sí, sí, por escrito! -la oigo exclamar definitiva cuando acaba el comandante-. Tiene más<br />
fuerza la protesta por escrito, al capitán, que volverá a encerrarla... Y a él... ¡yo la primera<br />
la firmo!<br />
Y como el capitán acaba de aparecer en la cubierta, Aurora, con una decisión y una actitud<br />
de romana, se levanta, se le acerca, y pide -sobre el silencio general:<br />
-¡Capitán!... En nombre del pasaje de primera, ruego a usted que le ponga una corrección a<br />
esa mujer francesa que ha osado subir aquí!... ¡En nombre de todos! ¡Yo lo espero!<br />
¡Ah, debilidad!... La buena pescadera no ha sabido evitarse, hacia el final, la sonrisilla de su<br />
íntima y orgullosa influencia sobre el capitán... que ha sonreído también, haciendo sonreír a<br />
todos.<br />
-¡Se la amonestará, se la amonestará, señoras! -dice el capitán con su indulgente y poderosa<br />
autoridad de rey.<br />
Luego, ha seguido hacia el puente, adonde iba; y Aurora, con su arrogancia, feliz y<br />
pomposa de haber podido servir ella sola como una protesta llena de firmas, va a sentarse al<br />
lado de la condesa de Fuentefiel, que la felicita amiga y calurosamente estrechándola ambas<br />
manos.<br />
Terminado el incidente.<br />
Surge a continuación una charla candidísima acerca de las pobres aves rojas que van<br />
hambrientas en los palos... las palabras, las sonrisas cobran una infantilidad toda nimia y<br />
toda santa... como en el susto aún y la reacción de la racha de impureza que ha pasado con