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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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45<br />

Surge como una aparición un beduino, por la orilla, aullando. Mal cubre su carne obscura<br />

una corta y sucia chilava de lienzo. Los demás, ya deben saber, porque veo que empiezan a<br />

dispararle desde la borda manzanas, naranjas, pedazos de pan... que él recoge. Corre y nos<br />

sigue -tan despacio marcha el buque. Su mechoncito de pelo en la cabeza rapada, flaméale<br />

en la coronilla. Va depositando las provisiones en haldada del balandrán, que siempre, y<br />

canta, y ríe y hace piruetas y zalemas. Nos acompaña una hora, infatigable... Y poco<br />

después, otro aparece... Salvajes mendigos del canal, a quienes se les arroja la comida como<br />

a fieras... Tal vez sus huellas marcadas en la arena, como de feroces plantígrados, son las<br />

que muchos nos vamos empeñando en creer de tigres y leones.<br />

Mas, esta vez, es clásica la perspectiva. <strong>Al</strong>canzamos a una caravana.<br />

Veinte o treinta árabes con camellos. Un poco más adelante, mientras penosamente<br />

remolcado con cables desde una lancha para y se entra el Reus en un apartadero, para dar<br />

paso en contraria dirección a un crucero francés, vemos otras caravanas acampadas en la<br />

orilla. Van ganando la opuesta en balsas. Por el lado asiático se pierden otras en la llanura<br />

amarillenta que ahora, al menos, nos deja ver al final siluetas de montes.<br />

Vamos contando los buques que encontramos, siempre ellos apartados, exceptuando el de<br />

guerra, por ser correo el nuestro. A la una, yo he visto cinco. A las dos, creemos llegar al<br />

mar, y no son más que otros lagos, los<br />

Amargos. Me dicen que se pasó otro esta mañana, viéndose de lejos Ismailia, donde está el<br />

palacio de Lesseps. El joven relojero y violinista, que resulta pintor, además, va sacando<br />

apuntes con su caja de colores.<br />

Por fin, a las tres y media llegamos a Suez, en cuya enorme rada fondea el barco para dejar<br />

el práctico del canal y tornar el del mar Rojo y fogoneros árabes. Parece que junto a la<br />

caldera harán falta estos hombres habituados al fuego y al clima infernal. Hacemos la breve<br />

escala tan lejos del puerto, que apenas éste se divisa. Y ahora sí, se advierte<br />

que estamos en la mar. Ya se mueve, dejando sentir su ancha bravura. Los gemelos quieren<br />

descubrir el Sinaí en cada lejano pico de una sierra.<br />

- VII -<br />

Han inducido a cambios muy notables la escala de Port-Said y estos días de mar Rojo.

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