Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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Sorprendida de la pregunta -enojada y sorprendida más, acaso, del diminutivo del nombre<br />
que he vuelto a darla en una rabia.<br />
Y en otra rabia, en otra inverosímil e histérica violencia irritada, dulce sin embargo su<br />
irritación, como resarcida de antemano por el daño que va a hacerme, como contenta si no<br />
¡yo qué sé!... de darme un argumento contra su puerilidad... me arroja:<br />
-Pues, sí... ¡he besado!... tú podrás creerme siempre una<br />
chiquilla... ¡Sarita!<br />
Enmudece, y una exasperada curiosidad me invade por esta alma extraña; le pregunto y...<br />
pónese a referirme en dulce tono, que tiene fierezas mal ocultas en el gesto humilde por<br />
hacerse perdonar, una historia cínica. Miro casi espantado sus ojos inclinados, caídos al<br />
borde<br />
del vidrio mientras cuenta... fue hace un año. <strong>Al</strong> salir de Cuba. Un francés -dueño de un<br />
ingenio inmediato a la finca donde vivían ella y su madre, en tanto el padre en Madrid.<br />
Observaba Sarah que miraba él desde el balcón de su casa, con gemelos. Además, era<br />
visita. Cuando iba a verlas el francés, frecuentemente, la madre, obstinada sin cesar en<br />
seguir<br />
tratándola como muchacha por no vestirla de largo, la echaba de la sala..., y ella<br />
marchábase a esperarle al jardín... Así, poco a poco, se fueron encontrando... se hablaron...<br />
se besaron...<br />
-Besos al pasar -concluye Sarah-; porque mamá no quería que yo quisiese al francés, que<br />
era un hombre como tú, de treinta años... Y además porque... porque... ¡yo no sé!... ¡él iba<br />
siempre en las siestas!... porque tendría celos...<br />
-¡Tu madre!<br />
-...¡Sí, yo creo que aquel francés era el «novio» de mamá!<br />
Este final, me aturde más que si la hubiera oído que se dio al francés ella misma. No he<br />
visto tal afable carencia de sentido moral en nadie.<br />
-Sí, lo creo -insiste-, ¡mamá me odia desde entonces!... ¡si tú supieses cuánto sufro!<br />
Múdame el asombro en rápida piedad el asomo de dolor. La desgracia de la niña sin<br />
ternuras, con esta condesa arlequina, háceme pensar cuánto en su vida pasional concentrada<br />
podría una dulce dirección haber creado una alma hermosa. La figura del padre se me