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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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54<br />

-¿De qué?<br />

-<strong>Del</strong> bien que me ha hecho. Estaba juzgándome implacable, a propósito de nuestra<br />

protegida, un egoísta... harto más egoísta que usted!<br />

Ella divaga la vista en breve reflexión; se acerca:<br />

-¡Oh, a ver!... ¡dígame!<br />

-¡Oh, no!... ¡Adiós!<br />

Soy yo el que la deja. Subo la escala.<br />

- VIII -<br />

El resto de la tarde lo empleo en mi cuestación caritativa, en compañía del capitán y don<br />

Lacio, pero al anochecer, la mucha mar obliga al capitán a retirarse al puente, y el fuerte<br />

mareo del pasaje entorpéceme no poco.<br />

Contamos el total, a las nueve de la noche, don Lacio y yo, en el comedor: quinientas<br />

ochenta pesetas. Pero es un horror el barco; se mueve y cruje por todas partes como<br />

desencajado a los furiosos vaivenes. El calor nos ahoga. Don Lacio, en fin, no es capaz de<br />

continuar dictándome la cuenta de justificación que yo escribo, y se retira al camarote...<br />

Prosigo solo, sacando fuerzas de flaqueza, por no ceder a este girar de luces y de cosas, y<br />

últimamente termino, encontrándome tan mal, que voy en demanda también de mi litera...<br />

No hay nadie por los pasillos. Tengo que asirme fuertemente a cada instante, para no dar<br />

contra las paredes. A través de las pequeñas puertas de caoba, oigo gritos, lamentos... Ha<br />

sido un desastre la comida de esta tarde -diez personas. La vajilla no ha cesado de<br />

romperse, a pesar de las dichosas pesebreras... Botellas que rodaban de las mesas, rimeros<br />

de platos y bandejas de copas que se hacían añicos al caer los camareros de columna a<br />

columna, lanzados por los balances.<br />

De lejos, a lo largo del alumbrado pasadizo, que más bien parece una ardiente cañería<br />

cuadrada de calefacción, veo alejarse la silueta de otro pasajero, que resulta diagonal en su<br />

verticalidad, con respecto al suelo y al techo, en la gran inclinación que ha aumentado el<br />

Reus desde Port-Said.<br />

El camarote está imposible. Tumbados sin desnudarse Pascual y el húsar, ni siquiera<br />

hablan. Cierran los ojos en las caras lívidas. Es un horno, sofoca, asfixia. No hay que

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