Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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-¿De qué?<br />
-<strong>Del</strong> bien que me ha hecho. Estaba juzgándome implacable, a propósito de nuestra<br />
protegida, un egoísta... harto más egoísta que usted!<br />
Ella divaga la vista en breve reflexión; se acerca:<br />
-¡Oh, a ver!... ¡dígame!<br />
-¡Oh, no!... ¡Adiós!<br />
Soy yo el que la deja. Subo la escala.<br />
- VIII -<br />
El resto de la tarde lo empleo en mi cuestación caritativa, en compañía del capitán y don<br />
Lacio, pero al anochecer, la mucha mar obliga al capitán a retirarse al puente, y el fuerte<br />
mareo del pasaje entorpéceme no poco.<br />
Contamos el total, a las nueve de la noche, don Lacio y yo, en el comedor: quinientas<br />
ochenta pesetas. Pero es un horror el barco; se mueve y cruje por todas partes como<br />
desencajado a los furiosos vaivenes. El calor nos ahoga. Don Lacio, en fin, no es capaz de<br />
continuar dictándome la cuenta de justificación que yo escribo, y se retira al camarote...<br />
Prosigo solo, sacando fuerzas de flaqueza, por no ceder a este girar de luces y de cosas, y<br />
últimamente termino, encontrándome tan mal, que voy en demanda también de mi litera...<br />
No hay nadie por los pasillos. Tengo que asirme fuertemente a cada instante, para no dar<br />
contra las paredes. A través de las pequeñas puertas de caoba, oigo gritos, lamentos... Ha<br />
sido un desastre la comida de esta tarde -diez personas. La vajilla no ha cesado de<br />
romperse, a pesar de las dichosas pesebreras... Botellas que rodaban de las mesas, rimeros<br />
de platos y bandejas de copas que se hacían añicos al caer los camareros de columna a<br />
columna, lanzados por los balances.<br />
De lejos, a lo largo del alumbrado pasadizo, que más bien parece una ardiente cañería<br />
cuadrada de calefacción, veo alejarse la silueta de otro pasajero, que resulta diagonal en su<br />
verticalidad, con respecto al suelo y al techo, en la gran inclinación que ha aumentado el<br />
Reus desde Port-Said.<br />
El camarote está imposible. Tumbados sin desnudarse Pascual y el húsar, ni siquiera<br />
hablan. Cierran los ojos en las caras lívidas. Es un horno, sofoca, asfixia. No hay que