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LDERES EN GUERRA: - Aníbal Romero

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un ejemplo, en la mañana del 22 de Junio la Luftwaffe había llevado a cabo una<br />

masacre contra la Fuerza Aérea Roja, bombardeando y destruyendo no menos de<br />

1.200 aviones de combate soviéticos, la mayoría de ellos estacionados en sus<br />

bases.<br />

La realidad pronto comenzó a hacerse evidente. Hay que imaginar a Stalin,<br />

solitario en su despacho del Kremlin, leyendo con estupor los informes de los frentes<br />

de batalla que hablaban de divisiones enteras aplastadas por los Panzer, de decenas<br />

de miles de prisioneros soviéticos, de la rápida penetración de las columnas<br />

blindadas de la Werhmacht hacia las entrañas de la URSS. Stalin había luchado<br />

duramente por el poder; ahora un riesgo mortal se perfilaba en el horizonte, y su<br />

poder personal, los logros de la revolución y la existencia misma de Rusia estaban<br />

en juego. Es posible que Stalin haya flaqueado por un momento, pero por algo se<br />

llamaba a sí mismo «hombre de acero»: tenía que dominar la situación, que superar<br />

los errores cometidos y erguirse ante la debacle que amenazaba todo aquello por lo<br />

cual había vivido. Para lograrlo, sólo le restaba acudir a esa vasta reserva de<br />

voluntad de lucha y sacrificio contenida en el pueblo soviético. El 3 de Julio de 1941,<br />

Stalin se dirigió a esa gran masa humana, a los pobladores silenciosos de la «tierra<br />

del socialismo», a los millones de hombres y mujeres que con inusitada tenacidad<br />

habían levantado a la URSS. El discurso empezó así: «¡Camaradas, ciudadanos,<br />

hermanos y hermanas, luchadores de nuestro ejército y armada, a vosotros me dirijo<br />

amigos míos!» Stalin nunca se había expresado en esos términos; Stalin era una<br />

presencia lejana y casi intangible a ojos del pueblo; él nunca les había llamado<br />

«amigos», nunca les había hablado de esa manera. La situación era grave, la hora<br />

era decisiva, se trataba de una cuestión de vida o muerte: «El pueblo soviético debe<br />

abandonar toda complacencia, no puede existir compasión con el enemigo... No<br />

debe haber lugar en nuestras filas para los cobardes... En caso de retirada forzada...<br />

todo aquello que pueda ser evacuado debe transportarse. No hay que dejarle al<br />

enemigo ni un solo vehículo, ni un solo vagón, ni una sola libra de grano ni un solo<br />

galón de combustible... Todo lo que no pueda ser evacuado, incluyendo metales,<br />

grano y combustible, debe ser completamente destruido... En las áreas ocupadas por<br />

el enemigo deben formarse grupos de guerrilleros. Las condiciones deben hacerse<br />

insoportables para el enemigo y sus cómplices. Deben ser perseguidos y aniquilados<br />

a cada paso y todas sus medidas deben frustrarse.» Stalin estaba declarando una<br />

política de «tierra arrasada», de guerra a muerte contra un adversario implacable. La<br />

supervivencia misma de la nación corría peligro, y así como en 1812 el pueblo y el<br />

ejército unidos habían enfrentado a Napoleón, el gran conquistador de Europa,<br />

derrotándolo decisivamente, en 1941, ante un conquistador mucho más poderoso y<br />

fanatizado, el pueblo y el ejército soviéticos tenían que lucha una «guerra patriótica»<br />

y llevarla hasta un final victorioso. Stalin culminó su discurso, leído lentamente, con<br />

un estilo sobrio y sin altisonancias como era usual en este hombre de pocas<br />

palabras, haciendo un llamado al pueblo para «cerrar filas en torno al partido de<br />

Lenin y Stalin». El «hombre de acero» hacía referencia a sí mismo en tercera<br />

persona. El pueblo comprendió. Con su intervención radiada, relativamente corta,<br />

«Stalin no solamente creó la esperanza, casi la seguridad en la victoria, sino que<br />

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