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Confiado en su voluntad, Hitler se negaba a aceptar los hechos, descartaba la<br />
evidencia objetiva, y cerraba sus oídos a cualquier opinión que no coincidiese con su<br />
propio punto de vista. En Diciembre de 1942, ante la posibilidad de que el 6° Ejército<br />
alemán en Stalingrado fuese completamente cercado por las tropas soviéticas, Hitler<br />
decía a Zeitzier, jefe del Estado Mayor: «Stalingrado debe simplemente ser<br />
sostenido; debe serlo, es una posición clave.» Veinticuatro horas más tarde, luego de<br />
recibir las «garantías» de Goering de que al 6° Ejército se le suministraría todo lo<br />
necesario desde el aire, manifestaba: «Entonces, hay que sostenerse en Stalingrado!<br />
No tiene sentido seguir hablando de que el 6.° Ejército puede romper el cerco ruso...<br />
¡Stalingrado debe ser sostenido!» 14 . De nada valía que sus asesores militares le<br />
señalasen el carácter quimérico de las promesas de Goering, la grave amenaza que<br />
se cernía sobre el 6.° Ejército, el agotamiento que embargaba a las tropas, la<br />
carencia de alimentos y municiones, y que le indicasen que la única alternativa para<br />
evitar el desastre era permitir al 6º." Ejército que intentase romper el cerco y escapar.<br />
Para Hitler lo importante era la decisión de defender la posición, la voluntad de<br />
mantenerla: el «fanatismo» se impondría sobre la realidad.<br />
Muchos autores han relatado la atmósfera de pesadilla que imperaba en el<br />
refugio de Hitler en Berlín, bajo las ruinas de la Cancillería, durante los últimos días<br />
de existencia del Tercer Reich y su máximo líder. En la sala de trabajo, rodeado de<br />
sus más cercanos colaboradores, y bajo el cañoneo de las tropas soviéticas que se<br />
cernían masivamente sobre Berlín, Hitler estudiaba los mapas, daba órdenes a<br />
ejércitos que habían dejado de existir, planificaba contraofensivas con divisiones que<br />
sólo vivían en el papel, enumeraba tanques y aviones que yacían humeantes a todo<br />
lo largo de su «Reich». La fantasía y las ilusiones se hicieron dueñas absolutas del<br />
jefe nazi en la agonía de su carrera.<br />
Al igual que Bismarck, Hitler insistía en identificar su voluntad con el<br />
significado de los acontecimientos, pero las diferencias entre ambos estadistas eran<br />
cruciales. Como agudamente lo ha apuntado Kissinger en sus Reflexiones sobre<br />
Bismarck, este último «comprendió siempre los requisitos del éxito, pero nunca tuvo<br />
la plena seguridad de si debía emprender su tarea con cierto sentido de respeto<br />
hacia la limitación de la naturaleza humana... un estadista que no deja margen para<br />
lo imprevisto en la historia puede hipotecar el futuro de su país» 15 . Bismarck tendió<br />
al autocontrol en el ejercicio del poder, deslumbrado ante las exigencias de su tarea<br />
y las potencialidades de la maniobra política, y a veces ensimismado en el manejo<br />
de las técnicas del gobernante. Bismarck fue capaz de preservar cierto «sentido de<br />
reverencia» ante las limitaciones de la naturaleza humana; Hitler, por el contrario,<br />
concibió siempre su autoafirmación como la ruptura de todos los límites.<br />
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14. Citado por: J. P. Stern: Hitler: the Führer and the People, Fontana, London,<br />
15. H. A. Kissinger: The White Revolutionary: Reflections on Bismarck, Daedalus, Vol. 97, Summer<br />
1968, p. 893.<br />
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