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ideología, sus métodos, su experiencia personal y herencia histórica, Stalin sólo<br />
confiaba en aquello que pudiese sujetar y dominar firmemente...» 12 . La figura de<br />
Stalin encarna el poder absoluto, su soledad y su aterradora grandeza; quizá por ello<br />
sea tan enigmática e inescrutable.<br />
Carr se ha referido a Stalin como «la más impersonal de las grandes figuras<br />
históricas». Tal afirmación no deja de estar influida por la tesis de Trotsky sobre<br />
Stalin: el hombre creado por la maquinaria para servir sus intereses burocráticos, y el<br />
problema con esa tesis es su carácter limitado. Stalin no era un brillante intelectual,<br />
pero tenía puntos de vista propios sobre el marxismo y el desarrollo del socialismo;<br />
sus apreciaciones eran dogmáticas, pero poderosas en sus efectos inmediatos. Lo<br />
que impresiona negativamente de la figura de Stalin no es la ausencia de una<br />
personalidad definida sino la naturaleza monolítica de su personalidad. En Stalin,<br />
todo estaba centrado en el poder. Su historia como revolucionario y como político es<br />
una larga lucha por el poder personal, y su historia como jefe de Estado es un<br />
combate colosal para acrecentar no ya el poder del comunismo sino el poder de<br />
Rusia, lo cual de hecho era para Stalin una y la misma cosa. De todos los retratos de<br />
Stalin realizados por quienes le conocieron, quizás el más lúcido y penetrante<br />
proviene de la pluma de De Gaulle: «Stalin estaba dominado por la voluntad de<br />
poder. Acostumbrado por una vida de complots a enmascarar su personalidad, su<br />
alma, a descontar las ilusiones, la piedad, la sinceridad, a ver en cada hombre un<br />
obstáculo o un peligro, todo en él era maniobra, desconfianza y obstinación. La<br />
revolución, el Partido, el Estado, la guerra, le habían ofrecido las ocasiones y los<br />
medios de dominar; y lo había logrado, utilizando a fondo las palancas de la exégesis<br />
marxista y el rigor totalitario, empleando una audacia y una astucia sobrehumanas, y<br />
subyugando o liquidando a los otros... Desde entonces, sólo frente a Rusia, Stalin la<br />
vio misteriosa, más fuerte y más durable que todas las teorías y que todos los<br />
regímenes. El la ama a su manera. Ella le acepta como el zar para un período<br />
terrible, y soporta el bolchevismo para servirse del mismo como instrumento. Reunir<br />
a los eslavos, aplastar a los germanos, extenderse a Asia, acceder a los mares<br />
libres, esos eran los sueños de la patria y el déspota los hizo sus metas. Dos<br />
condiciones se requerían para triunfar: hacer del país una gran potencia moderna, es<br />
decir una potencia industrial, y llegado el momento, ir a una guerra mundial. Lo<br />
primero había sido logrado a un costo casi inconcebible en sufrimientos y pérdidas<br />
humanas. Cuando yo lo vi. Stalin acababa de lograr lo segundo en medio de tumbas<br />
y de ruinas. Su suerte fue haber encontrado un pueblo hasta tal punto paciente que<br />
la peor servidumbre no le paralizaba; una tierra repleta de recursos tales que los más<br />
voraces saqueos no podían hacerla estéril, y aliados sin los cuales él no habría<br />
podido derrotar al adversario, pero que sin él tampoco podían abatirlo... Durante las<br />
quince horas que duraron, en total, mis conversaciones con Stalin, yo percibí su<br />
política, grandiosa y disimulada.<br />
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12. M. Djilas: ob. cit., p. 68.<br />
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