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Para hacer cumplir los términos del Tratado en todos sus diversos aspectos, y en<br />
especial en lo concerniente al rearme alemán, Francia tenía que haber adoptado una<br />
postura política ofensiva, que preservase la opción de intervenir militarmente en caso<br />
de trasgresión. Resultaría excesivamente largo, y rompería con los límites de este<br />
ensayo, tratar de explicar el complejo panorama político europeo posterior a<br />
Versalles, que permitió no sólo el rearme, sino también la restauración de Alemania<br />
como el poder dominante en el continente. Lo cierto es que los gobernantes de la<br />
Tercera República francesa encontraron que una posición ofensiva, destinada a<br />
perpetuar la inferioridad militar alemana era demasiado costosa en términos<br />
financieros y con respecto a la unidad política interna y las relaciones externas con<br />
algunos aliados, como por ejemplo la Gran Bretaña. De allí que la teoría de la<br />
«guerra en dos etapas», concediendo implícitamente la iniciativa militar al enemigo,<br />
fuese aceptada como una fórmula eficaz para la defensa de Francia, a pesar de las<br />
transformaciones que en la velocidad de las operaciones estaba introduciendo el<br />
desarrollo de nuevas armas como el tanque y la infantería motorizada.<br />
En efecto, es importante resaltar el hecho de que la teoría de la «guerra en<br />
dos etapas» descansaba sobre el supuesto de que habría suficiente tiempo para<br />
contener un primer ataque enemigo y luego movilizar nuevas tropas y equipos para<br />
una contraofensiva general. La creencia en que se repetiría el lento proceso de<br />
movilización de la Primera Guerra en un nuevo conflicto con Alemania se combinó<br />
con la relevancia que se concedía al poder de fuego por encima de la movilidad para<br />
producir una doctrina estratégica que si bien podría haber sido útil en las condiciones<br />
de 1914 a 1918, estaba obsoleta para 1940. El ejército alemán venció a Francia<br />
sobre la base de la sorpresa, la movilidad y la velocidad que le proporcionaban sus<br />
divisiones Panzer. En 1940 Francia tenía tanques y aviones de combate, y su<br />
número y calidad eran equivalentes y en algunos casos hasta superiores a los que<br />
poseía Alemania. Pero Francia carecía de una doctrina estratégica capaz de producir<br />
con esos armamentos una nueva dimensión de la guerra. La teoría y la práctica de la<br />
«Blitzkrieg» demostraron que el poder militar es un compuesto de diversos factores,<br />
entre los que se cuentan fundamentalmente la cantidad y calidad de los equipos, la<br />
habilidad técnica de jefes y soldados y la originalidad y eficacia de las doctrinas de<br />
guerra. Entre dos adversarios con capacidades materiales equivalentes, vencerá<br />
aquel que tenga superioridad en el terreno de las ideas, y es en el orden de lo<br />
cualitativo donde se hace posible para el débil equipararse al poderoso y aun<br />
derrotarlo.<br />
El sistema de defensa nacional francés en los años 30 descansaba en una<br />
doctrina de guerra condicionada totalmente por experiencias militares que habían<br />
quedado superadas tanto en el campo táctico como en el estratégico. Los dogmas<br />
del pasado se habían solidificado en una doctrina militar que no sólo cedía la<br />
iniciativa al adversario, sino que colocaba a Francia en el dilema de aceptar un<br />
paulatino cambio en la balanza de poder en Europa o hacer una guerra total para<br />
evitarlo. En efecto, el masivo «ejército de ciudadanos» francés no estaba diseñado<br />
para la guerra limitada, para realizar «intervenciones quirúrgicas» con objetivos<br />
específicos y destinadas a servir de instrumento a la política exterior francesa,<br />
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