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CAPITULO II<br />
STALIN<br />
1. EL HOMBRE DE ACERO<br />
«Todo el mundo quiere algo, sin tener idea alguna<br />
de cómo obtenerlo, y el aspecto realmente intrigante<br />
de la situación es que nadie sabe exactamente cómo<br />
obtener lo que desea. Pero en virtud de que yo sé lo<br />
que quiero y de lo que son capaces los otros, estoy<br />
completamente preparado.»<br />
Metternich<br />
A lo largo de su carrera revolucionaria en la clandestinidad, José Djugashvili<br />
utilizó no menos de diecisiete seudónimos, de los cuales el que sin duda mejor<br />
definía su personalidad —el rostro que mostraba hacia afuera— y que adoptó en<br />
forma definitiva, fue Stalin: «hombre de acero». Las palabras de Metternich<br />
previamente transcritas bien podrían haber sido pronunciadas por el hombre que<br />
«sacó a Rusia de la barbarie con métodos bárbaros». Stalin sabía lo que quería:<br />
poder; pero no cualquier clase de poder, sino un poder absoluto, total,<br />
incuestionable. Sabía también cómo obtener lo que deseaba: mediante la astucia, la<br />
manipulación, el engaño, la callada eficiencia; todo ello controlado por un talento<br />
político poco común, cuya aparente sordidez y primitivismo suscitaban el<br />
menosprecio inicial de sus adversarios. Stalin conocía el arte de esperar en las<br />
sombras hasta que se presentaba el momento oportuno. Su estilo era simple y<br />
carente de brillo intelectual. Sus habilidades no se ejercían en campo abierto, sino<br />
dentro del engranaje de las maquinarias políticas. Hombres de la talla de Trotsky<br />
fueron incapaces de medir la verdadera fuerza y destreza de Stalin por mucho<br />
tiempo, y lo mismo ocurrió con otras de sus grandes víctimas, como Zinoviev, Bujarin<br />
y Kamenev. Stalin se dejaba subestimar, permitía que sus enemigos le<br />
menospreciasen; entretanto, preparaba ventajosamente la hora del desquite.<br />
Trotsky cayó asesinado en Agosto de 1940 a manos de un agente stalinista.<br />
Ello le impidió, entre otras cosas, culminar la biografía de Stalin que para entonces<br />
escribía. En la introducción a esta obra inconclusa Trotsky decía que «Stalin<br />
representa un fenómeno sumamente excepcional. No es un pensador, ni un escritor,<br />
ni un orador. Tomó posesión del poder antes que las masas aprendiesen a distinguir<br />
su figura de otras durante las triunfales procesiones a través de la Plaza Roja; Stalin<br />
tomó posesión del poder no valiéndose de sus cualidades personales, sino con<br />
ayuda de una máquina impersonal. Y no fue él quien creó la máquina, sino la<br />
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