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Churchill creía fervientemente en la bondad de las instituciones parlamentarias y el<br />
concepto de libertad británico, pero su idea al respecto era la de un parlamento<br />
constituido por hombres como él, aristócratas que discutían sobre todo aquello que<br />
pudiese interesar al pueblo, pero que éste no podía dilucidar por sí mismo. La<br />
«libertad» de que hablaba Churchill estaba reservada a algunos países y ciertas<br />
clases de hombres. Ante las aspiraciones de independencia de la India, Churchill se<br />
hizo el vocero del más recalcitrante imperialismo, enumerando en sus discursos<br />
todos los argumentos alarmistas siempre utilizados por los que piensan que hay<br />
países y hombres con derecho a determinar los destinos de otros: «Somos 45<br />
millones de personas en esta isla, una gran proporción de las cuales existen gracias<br />
a nuestra posición en el mundo, económica, política e imperial. Si ustedes, guiados<br />
por locura y cobardía disfrazadas de benevolencia, se retiran de India, dejarán atrás<br />
un... caos horrible, y encontrarán hambre a su regreso.» (Discurso del 30 de Enero<br />
de 1931.) En Octubre de 1932, Churchill declaró en una carta pública que: «Las<br />
elecciones, aun en las democracias más avanzadas, son vistas como una desgracia<br />
y una perturbación del progreso social, moral y económico, y hasta como un peligro<br />
para la paz internacional. ¿Por qué debemos en este momento forzar sobre las razas<br />
atrasadas de India un sistema cuyos inconvenientes se hacen sentir hoy día aun en<br />
las naciones más desarrolladas, los Estados Unidos, Alemania, Francia y la misma<br />
Inglaterra?»<br />
Churchill reservaba para usar contra Gandhi sus más virulentos ataques. Para<br />
el heredero de Marlborough, el líder hindú, era «un fanático maligno y subversivo»; a<br />
su modo de ver, resultaba «alarmante y también nauseabundo contemplar al Señor<br />
Gandhi, un abogado sedicioso, posando ahora como fakir de una especie bien<br />
conocida en el Oriente, ascendiendo medio desnudo las escaleras del palacio<br />
virreinal (del Viceroy británico en India), mientras organiza y conduce al mismo<br />
tiempo una desafiante campaña de desobediencia civil, para hablar en términos de<br />
igualdad con el representante del Rey-Emperador». (Alocución del 23 de febrero de<br />
1931.) Winston Churchill era capaz de llegar a estos extremos de un no muy velado<br />
racismo, típico de un hombre que amaba contradictoriamente la libertad y el imperio,<br />
la democracia y la monarquía, la libre empresa y el colonialismo. Se trataba de un<br />
hombre apasionado, muchas veces impredecible, en el que convivían los impulsos<br />
más nobles con la más repulsiva crudeza ideológica.<br />
Churchill quería el poder, pero no lo buscaba con la callada avidez de Stalin, o<br />
con la tumultuosa ambición de un Hitler. Para Churchill, el poder era producto de un<br />
contexto institucional, de una realidad parlamentaria y democrática, a la que<br />
consideraba inviolable dentro de su propio país. No obstante, Churchill estimaba que<br />
ese poder le venía como un traje hecho a la medida, como un instrumento<br />
indispensable para el despliegue de sus condiciones. Si bien Churchill perteneció<br />
tanto al partido Liberal como al Conservador, mantuvo siempre una gran<br />
independencia de las organizaciones y autoridades partidistas; Churchill era, ante<br />
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