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El sentido del juego y de la comedia protege lo humano en medio de la devastación<br />
que son capaces de producir los hombres mismos, preservando la posibilidad de<br />
nuevas quimeras y de una competencia limitada.<br />
Hitler carecía del sentido de lo lúdico, de las reglas y las limitaciones; su vida es<br />
testimonio de lo excesivo, de una voluntad sin flaquezas, que no parecía humana.<br />
Según De Gaulle: «La empresa de Hitler fue sobrehumana e inhumana. Hasta las<br />
horas finales de agonía, en el fondo de su bunker berlinés, Hitler permanece<br />
indiscutido, inflexible, implacable, como lo había sido en los días más deslumbrantes.<br />
En función de la grandeza sombría de su combate y de su memoria, había escogido<br />
no dudar, transigir, o retroceder jamás. El Titán que se esforzaba en sublevar el<br />
mundo no podía doblegarse o amansarse. Sin embargo, vencido y aplastado, quizás<br />
volvió a ser un hombre, justo a tiempo para una lágrima secreta, en el momento en<br />
que todo termina» 58 . Esta es una hermosa página del gran jefe francés sobre el<br />
hombre que conquistó y quiso humillar a su país. Ese fue Hitler, un titán de<br />
desbordadas ambiciones, arrastrado por una empresa que no conocía límites y que<br />
le llevó al suicidio en medio del caos y las ruinas: «Hitler —dice De Gaulle—<br />
encontró el obstáculo humano, que no es posible franquear. Hitler fundamentaba su<br />
gigantesco plan en la idea que se hacía sobre la bajeza de los hombres. Pero los<br />
hombres son almas al mismo tiempo que légamo, y actuar como si los otros jamás<br />
tuviesen coraje es aventurarse demasiado» 59 .<br />
Stalin era el hijo de una revolución victoriosa, un líder implacable<br />
acostumbrado a dominar a los otros. No obstante, dijo en una ocasión a De Gaulle<br />
que «después de todo, sólo la muerte gana» 60 . Stalin, el más enigmático de los<br />
hombres, llevaba una vida personal modesta, completamente entregada al mando de<br />
su vasto imperio. Sus quimeras eran enormes, pero las trataba con el estilo rústico<br />
del hombre de provincia, del hijo de campesinos pobres —que en el fondo nunca<br />
dejó de ser.<br />
La guerra ofreció a Churchill el terreno para ejercer sus dotes de estadista; su<br />
liderazgo fue decisivo para los británicos, y no cabe duda que supo conducirlo con<br />
esa mezcla de sobriedad y buen humor que es parte de la tradición anglosajona.<br />
Churchill, contrariamente a Hitler, era un hombre que sabía sonreír, y en los<br />
momentos más serios y difíciles, capaz de enarbolar un rostro pleno de calor<br />
humano, altivo por la vida ante la muerte. «Yo le admiré mucho —escribió De<br />
Gaulle—, pero también envidié las condiciones en que actuaba; pues si bien su tarea<br />
era gigantesca, al menos se encontraba investido por las instancias regulares del<br />
Estado, revestido de todo poder y provisto de todos los instrumentos de autoridad<br />
legal, a la cabeza de un pueblo unánime, de un territorio intacto, de un vasto imperio<br />
e imponentes ejércitos. Pero yo, condenado como estaba por parte de los poderes<br />
aparentemente oficiales, reducido a utilizar algunos restos de fuerzas y unas pocas<br />
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58. De Gaulle: Le Salut, ob. cit., p. 205.<br />
59. Ibid., pp. 103-104.<br />
60. Ibid., p. 94.<br />
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