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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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”¿Por qué no ver [en los procesos] – sugiere Papaioannuuna especie de ”autocrítica” indirecta,<br />

”mágica”, <strong>del</strong> régimen mismo, una venganza de la historia sobre la ideología que tan<br />

obstinadamente la había negado?”(51) ¿Por qué no, en efecto? Cuando en los años treinta el<br />

movimiento real de la sociedad soviética, sus contradicciones y conflictos -reflejados en los<br />

estrangulamientos económicos, las tensiones sociales, la sorda oposición dentro y fuera <strong>del</strong> partido<br />

– llegaron a un punto en que no podían ser silenciados, ni tampoco justificados por defectos<br />

ordinarios en la ejecución de la siempre justa política <strong>del</strong> partido, el régimen hubo de echar mano de<br />

explicaciones ”mágicas”. No podía recurrir al método marxista – el de Marx – porque este método<br />

implica la crítica sin cortapisas, la discusión absolutamente libre, la investigación sin tabús, y el<br />

régimen era la negación misma de esas condiciones. Para autoenjuciarse de manera marxista tenía<br />

que comenzar por autoliquidarse. Tampoco podía recurrir a su ideología, el ”marxismo” oficial,<br />

porque la función de esta ideología consistía precisamente en encubrir las contradicciones, no en<br />

desvelarlas; en hacer la apología <strong>del</strong> sistema, no su crítica; en mistificar el movimiento real, no en<br />

reflejarlo y explicarlo racionalmente. Los males <strong>del</strong> sistema, de los que era forzoso dar cuenta,<br />

tenían que se presentados como ajenos a su naturaleza, a sus estructuras y superestructuras; como<br />

importados por agentes extraños a la sociedad soviética. Algo semejante ocurrió diez años después<br />

con las democracias populares. Ni el régimen ”soviético” ni los regímenes de ”democracia popular”<br />

podían soportar el análisis marxista <strong>del</strong> conflicto con Yugoslavia, ni de las relaciones instauradas<br />

entre Moscú y los países <strong>del</strong> glacis, ni de la naturaleza verdadera de los sistemas políticos<br />

establecidos en ellos, ni de los efectos económicos, sociales, etc., de esos factores. Tampoco podían<br />

echar mano <strong>del</strong> ”marxismo” oficial, cuya función, más si cabe que en los años treinta, era<br />

puramente apologética y justificativa. Hubo que recurrir de nuevo a las explicaciones ”mágicas”. <strong>La</strong><br />

historia, el movimiento real, se vengó solapadamente, una vez más, de los burócratas y de su cínica<br />

ideología. Pocos años después, con cierto ”informe secreto”. y otros acontecimientos, la venganza<br />

comenzaría a tomar dimensiones homéricas.<br />

El poder sugestivo de la ”magia” estaliniana, como de la antigua magia, dependía de la ocultación<br />

de sus procedimientos y manipulaciones. Una vez que éstos fueron desvelados – siquiera fuese muy<br />

parcialmente – el encantamiento se derrumbó, dejando paso a la náusea y la <strong>crisis</strong> de conciencia de<br />

los que habían tomado por el mejor de los mundos marxistas el mundo de la mentira y la policía.<br />

Muchos, no obstante, se aferraron desesperadamente a los pobres residuos de su maltrecha fe, y<br />

nuevos creyentes ingenuos colmaron los claros dejados por los que se decidieron a intentar<br />

redescubrir el marxismo, o por los que perdieron definitivamente toda esperanza. Pero esta historia<br />

la abordaremos más a<strong>del</strong>ante. Aquí nos vamos a referir solamente al problema de los mecanismos<br />

internos de la ”magia” estaliniana. L’Aveu de Arthur London proporciona a este respecto un<br />

material de excepcional interés, aunque no extraiga de él todas las conclusiones que lógicamente se<br />

desprenden. Además de confirmar e ilustrar lo ya conocido y en parte confesado – sólo en parte –<br />

por las autoridades oficiales correspondientes (que no hubo crímenes ni criminales, lo único<br />

criminal eran los procesos mismos), el testimonio de London pone en evidencia que los procesos<br />

tenían como finalidad política la expuesta en las páginas precedentes. Pero lo más importante, a<br />

nuestro juicio, de L’Aveu es que desmonta el mecanismo de los procesos, muestra cómo eran<br />

concebidos y realizados.<br />

El punto de partida era un esquema general elaborado en función de los objetivos políticos<br />

buscados. Algo así como el primer esbozo <strong>del</strong> guión de una película. A continuación se estudiaba<br />

qué actores reunían las características adecuadas para desempeñar los principales papeles. Por<br />

ejemplo, en el proceso de Budapest, lo esencial era que el primer actor hubiera tenido abundantes<br />

relaciones con los dirigentes <strong>comunista</strong>s yugoslavos, además de haber trabajado en la<br />

clandestinidad, haber sido detenido alguna vez, ser de origen pequeño burgués, etc. Como los<br />

servicios encargados <strong>del</strong> asunto podían disponer de los archivos <strong>del</strong> partido relativos a los cuadros,<br />

con las biografías detalladas que cada uno había hecho en su momento, la selección no ofrecía gran<br />

dificultad. Una vez escogidas las personas idóneas, se procedía a enseñarles su papel, combinando<br />

el secular y probado método de la tortura física y moral con la utilización de la experiencia y

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