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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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60<br />

Yalta consiguieron, por fin, que Stalin accediese a ”ampliar” el gobierno provisional confeccionado<br />

en el Kremlin e instalado en Varsovia por el ejército soviético, incluyendo algunas personalidades<br />

patrocinadas por el gobierno exilado. <strong>La</strong>s autoridades definitivas habrían de salir de elecciones<br />

generales, organizadas por el nuevo gobierno provisional en el más breve plazo.<br />

Apenas de regreso en sus respectivas capitales, los dos ”grandes” occidentales comprendieron que<br />

el ”grande” oriental no albergaba la menor intención de aplicar el compromiso contraído. Stalin<br />

exigía, en efecto, que todo miembro <strong>del</strong> nuevo gobierno ”hubiera demostrado en la práctica su<br />

actitud amistosa hacia la Unión Soviética, y estuviera dispuesto, honesta y sinceramente, a<br />

colaborar con el Estado soviético”(159). ¿Quién más calificado que Stalin para decidir sobre las<br />

dosis de amistad, honestidad y sinceridad prosoviéticas, existentes en la conciencia de los<br />

candidatos al gobierno polaco? Stalin exigía, a justo título, que se le reconociera esa calificación,<br />

con lo que la ”cuota” occidental corría grave peligro de quedar muy por debajo de la ”cuota” de<br />

influencia soviética en Grecia. Los dos jefes aliados reaccionan enérgicamente. En uno de sus<br />

últimos mensajes a Stalin, Roosevelt formula en modo apenas velado la amenaza de ruptura de la<br />

”gran alianza” frente a ”cualquier decisión que lleve a la persistencia, en forma enmascarada, <strong>del</strong><br />

actual régimen varsoviano”(160) Churchill envía simultáneamente al generalísimo una<br />

comunicación análoga. Pero Stalin no cede un ápice, pese a que esta amenaza de ruptura cobra gran<br />

verosimilitud por coincidir con otro hecho harto significativo: el primero en el que la eventualidad<br />

de una paz por separado entre occidentales y alemanes cobra consistencia. A mediados de marzo, en<br />

efecto, representantes <strong>del</strong> alto mando aliado habían tenido conversaciones secretas, en Suiza, con<br />

representantes <strong>del</strong> alto mando alemán. Cuando ya se estaban celebrando – y en previsión, sin duda,<br />

de que los soviéticos las conocieran por otro conducto, como en realidad ocurrió – los aliados<br />

informaron a Moscú, justificándolas con una posible capitulación <strong>del</strong> ejército alemán que ocupaba<br />

el norte de Italia. El gobierno soviético exigió participar en las conversaciones y los aliados se<br />

negaron, lo que evidentemente no podía por menos de acrecentar las sospechas de Moscú. En un<br />

mensaje a Roosevelt fechado el 3 de abril (el de Roosevelt a Stalin sobre la cuestión polaca era <strong>del</strong><br />

1 de abril), el generalísimo da por sentado que en las conversaciones de Suiza los Aliados han<br />

llegado a ”un acuerdo con los alemanes, en virtud <strong>del</strong> cual el mariscal Kesselring, comandante<br />

alemán en el frente occidental, convino en abrir el frente a las tropas anglonorteamericanas, para<br />

permitirles avanzar hacia el este, a cambio de la promesa anglonorteamericana de aliviar las<br />

condiciones de armisticio para los alemanes”. Y así resulta, prosigue Stalin, ”que en este preciso<br />

momento los alemanes han cesado, de hecho, la guerra contra Inglaterra y América en el frente<br />

occidental, mientras continúan la guerra contra Rusia”(161) Pese a estos signos alarmantes,<br />

agravados días después por la muerte de Roosevelt y la entrada en funciones de Truman – que en<br />

1941 había declarado públicamente: ”Si vemos que Alemania está en vías de ganar la guerra<br />

debemos ayudar a Rusia; si vemos que Rusia está en vías de ganar, debemos ayudar a<br />

Alemania”(162) – Stalin no hará la más mínima concesión en el asunto polaco. En un mensaje a<br />

Truman y Churchill, fechado el 24 de abril, formula con incomparable cinismo la doctrina de que<br />

cada uno de los ”tres grandes” debe resolver – sin que los otros dos se mezclen en ello – qué<br />

gobierno han de tener los países que considere vitales para la seguridad de su Estado.<br />

”Hay que tener en cuenta la circunstancia – dice el documento – que Polonia es fronteriza con la Unión<br />

Soviética, cosa que no puede decirse respecto a la Gran Bretaña y a los Estados Unidos [...] Al parecer<br />

ustedes no están de acuerdo en que la Unión Soviética tiene derecho a conseguir que en Polonia exista un<br />

gobierno amigo de la Unión Soviética, y gobierno soviético no puede aceptar la existencia sé si en Grecia<br />

de un gobierno que le sea hostil [...] Yo o no se ha creado un gobierno verdaderamente representativo y si<br />

en realidad es democrático el gobierno de Bélgica. <strong>La</strong> Unión Soviética no lo ha inquirido cuando se<br />

crearon allí esos gobiernos. El gobierno soviético no ha pretendido inmiscuirse en esos asuntos porque<br />

comprende la significación que Bélgica y Grecia tienen para la seguridad de la Gran Bretaña. Es<br />

incomprensible que al discutirse la cuestión de Polonia no se quieran tener en cuenta los intereses de la<br />

Unión Soviética desde el punto de vista de su seguridad.”(163)<br />

Al mismo tiempo que se batía en el frente diplomático por tener las ”manos libres” en Polonia,<br />

como Churchill las tenía en Grecia, Stalin ordenaba al ejército y los servicios de seguridad

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