La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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de las versiones soviéticas, cuyo enfoque general queda reflejado en el artículo más arriba citado (p.<br />
519). Stalin había sido el demiurgo; los <strong>comunista</strong>s chinos se habrían limitado a aplicar sus<br />
concepciones y directivas; en las obras de Stalin se encontraba todo: el análisis marxista de la<br />
realidad china, la trayectoria de la revolución, la estrategia y la táctica que la habían llevado a la<br />
victoria, etc. De hecho, la experiencia china no sirvió en aquellos años para enriquecer la teoría<br />
marxista de la revolución sino para reafirmar la dogmática estaliniana y glorificar a su creador. <strong>La</strong><br />
victoria <strong>del</strong> PCC sirvió también de consolación a los sinsabores <strong>del</strong> movimiento <strong>comunista</strong><br />
occidental, disimuló por un tiempo las consecuencias de la frustración de la revolución europea, de<br />
la crónica impotencia <strong>del</strong> comunismo norteamericano, etc. Por otra parte, la exhibición de la<br />
”amistad chinosoviética”, el ensalzamiento de la ayuda que la URSS prestaba a China, venían como<br />
anillo al dedo para abonar la representación fabricada por el Kominform <strong>del</strong> conflicto<br />
sovieticoyugoslavo. Con Mao – se daba a entender – no había problema porque era un<br />
internacionalista, de probada fi<strong>del</strong>idad a la Unión Soviética – piedra de toque <strong>del</strong> internacionalismo<br />
– a diferencia <strong>del</strong> Judas Tito. Prueba de que la culpa no era de Stalin. Los <strong>comunista</strong>s podían tener<br />
buena conciencia...<br />
Pese a todo lo expuesto, el sometimiento <strong>del</strong> PCC a Moscú en el periodo <strong>del</strong> Kominform fue<br />
bastante menos absoluto que el de los partidos <strong>comunista</strong>s de las democracias populares europeas.<br />
Stalin procedió con cierta prudencia y Mao tenía tras de sí una fuerza con la que no contaban los<br />
jefes <strong>comunista</strong>s europeos instalados en el poder por el ejército soviético. Al año de la proclamación<br />
de la República popular la intervención de los ”voluntarios” chinos en la guerra de Corea mostró<br />
espectacularmente, tanto al Kremlin como a los gobiernos occidentales, que el comunismo chino<br />
figuraba entre las primeras potencias mundiales. Inmediatamente de muerto Stalin, sus herederos<br />
comprendieron la necesidad de hacer ciertas concesiones a hecho tan insoslayable como la potencia<br />
y prestigio de la revolución china, al mismo tiempo que procuraban capitalizarlo políticamente para<br />
apuntalar sus propias posiciones – tanto en el plano internacional como en el interno – en el<br />
contexto de la <strong>del</strong>icada situación creada con la muerte <strong>del</strong> gran autócrata. Ampliaron<br />
considerablemente la ayuda económica y técnica a China, realzaron la jerarquía <strong>del</strong> PCC en el<br />
movimiento <strong>comunista</strong>, y por primera vez concedieron a Mao el título de ”gran teórico <strong>del</strong><br />
marxismo y <strong>del</strong> leninismo”45. Pero los acontecimientos no tardarían en mostrar que Moscú sólo<br />
reconocía a Pekín el estatuto de brillante segundo en el comunismo mundial a condición de que<br />
Pekín fuera el eco fiel de Moscú en la política internacional y no pusiera en duda, en ningún terreno,<br />
la ortodoxia soviética. Los epígonos repitieron en cierta forma la maniobra que el maestro había<br />
intentado con Tito entre 1945 y 1947, y los resultados fueron <strong>del</strong> mismo signo, pero a escala china.<br />
<strong>La</strong> persistencia <strong>del</strong> nacionalismo granruso provocó la exacerbación <strong>del</strong> nacionalismo granchino,<br />
como antes había provocado la exacerbación <strong>del</strong> nacionalismo yugoslavo. El espectro <strong>del</strong> ”titismo<br />
chino” tomó cuerpo y dimensiones colosales. Pero este tema lo abordaremos más a<strong>del</strong>ante.<br />
<strong>La</strong> revolución china fue el segundo gran acto <strong>del</strong> proceso revolucionario mundial iniciado en 1917.<br />
<strong>La</strong> primera derrota significativa <strong>del</strong> imperialismo, ante todo <strong>del</strong> imperialismo americano, después de<br />
la segunda guerra mundial. Dio el impulso que sabemos a la lucha de liberación nacional y social de<br />
los pueblos coloniales y semicoloniales. Esta lucha, bajo el signo de la revolución china, asumió el<br />
relevo – durante una época aún no cancelada – <strong>del</strong> proletariado <strong>del</strong> área capitalista desarrollada, en<br />
el plano de la acción revolucionaria. Pero la tesis de que el curso de la revolución mundial, a partir<br />
de la revolución china, consistirá en el cerco de la ”ciudad mundial” (el área capitalista<br />
desarrollada) por el ”campo mundial” (los continentes subdesarrollados) no es más que una<br />
generalización abusiva <strong>del</strong> itinerario real seguido por la revolución china, y la proyección futurible<br />
<strong>del</strong> hecho no menos real y actual que acabamos de mencionar: el relevo <strong>del</strong> ”Occidente” por el<br />
”Oriente” en el terreno de la acción revolucionaria. Nada permite prever que éste sea el último<br />
relevo. Al contrario, ya aparecen algunos signos premonitorios, tanto a nivel de la teoría cómo de la<br />
acción, de que el proletariado occidental – un tipo de proletariado, manual e intelectual, muy<br />
diferente <strong>del</strong> que conocieron Marx y Lenin – puede ocupar de nuevo el proscenio <strong>del</strong> escenario<br />
histórico. Sin hablar ya de que el proletariado (también de ese ”nuevo tipo”) de los países llamados