La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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desembarcado en el continente para ”llevar a la práctica sus planes imperialistas respecto a<br />
Alemania, salvar <strong>del</strong> aniquilamiento definitivo a las fuerzas de la reacción en Europa, frustrar la<br />
democratización de los países de Europa occidental y cerrar al ejército soviético el camino al<br />
oeste”(151) Stalin sabía que el 18 de diciembre, dos días después de iniciarse la gran contraofensiva<br />
de von Rundstedt, los ingleses habían trasladado tropas de Italia a Grecia, en lugar de proceder a la<br />
inversa: llevarlas de Grecia a Italia para atacar en los Apeninos y aliviar así la situación de los<br />
Aliados en las Ardennes(152). Stalin sabía, como dice la historiografía soviética, que el frente<br />
occidental aliado había dejado de ser necesario, desde los primeros meses de 1944, para la derrota<br />
de Alemania; que los ejércitos soviéticos, con el concurso de las resistencias europeas, estaban en<br />
condiciones de imponer la decisión final. Pero Stalin no vacila en aumentar considerablemente las<br />
bajas soviéticas – consecuencia inevitable de iniciar la ofensiva en condiciones climatológicas que<br />
dificultaban el empleo de la aviación y la artillería, y de atraer al frente oriental parte de las fuerzas<br />
alemanes empleadas en el frente occidental – a fin de ayudar a las ”gloriosas tropas aliadas”. No<br />
vacila en tomar una decisión que significaba concretamente, en aquella situación, facilitar el avance<br />
ulterior de los ejércitos angloamericanos hacia el interior de Alemania; que facilitaba las<br />
operaciones contra los resistentes griegos y la disponibilidad de las tropas aliadas en Francia e Italia<br />
frente a toda eventual acción de la Resistencia que pusiera en peligro la restauración <strong>del</strong> orden<br />
burgués en ambos países. Los historiadores soviéticos portavoces de la versión oficial justifican la<br />
decisión estaliniana <strong>del</strong> 7 de enero de 1945 diciendo que, al proceder así, el gobierno soviético<br />
”cumplía de modo desinteresado, consecuente y honesto los compromisos contraídos y prestaba la<br />
ayuda necesaria a sus aliados”(153) Si prescidimos <strong>del</strong> ”desinterés” y la ”honestidad”, los términos<br />
de esta justificación apologética resultan perfectamente adecuados para definir el contenido real <strong>del</strong><br />
acto. Stalin, en efecto, ”cumplía de modo consecuente los compromisos contraídos” con sus aliados<br />
imperialistas. En la misma medida, exactamente, en que incumplía sus deberes para con la<br />
revolución europea.<br />
Aparte expresiones vagas, como la más arriba citada, la historiografía soviética no da explicación<br />
alguna de las razones inmediatas que determinaron la decisión tomada por Stalin el 7 de enero de<br />
1945. Si existían razones generales, que pueden entenderse perfectamente a la luz de la política<br />
global de Stalin – los ”compromisos contraídos” – es indudable que hubo también razones ligadas<br />
al momento preciso en el que la resolución fue tomada. Los historiadores soviéticos no las<br />
descubren, pero las dejan transparentar al señalar que la ofensiva hitleriana en las Ardennes estaba<br />
concebida en función de un objetivo: hacer comprender a los Aliados, después de asestarles un rudo<br />
golpe, que su interés estribaba en concertar una paz por separado(154). Con su ”magnánimo” gesto<br />
Stalin se proponía, muy probablemente, demostrar a los aliados que su conveniencia residía en<br />
conservar un soiuznik tan generosamente predispuesto a facilitar la realización de los planes<br />
angloamericanos en el continente. En una palabra, Stalin quería prevenir el riesgo de una paz por<br />
separado. Pero, según veremos, Stalin no temía correr tal riesgo cuando se trataba de cuestiones que<br />
ponían en entredicho las previstas ”zonas de influencia” soviéticas. Estaba dispuesto a las<br />
concesiones, a fin de prevenirlo, siempre que recayeran sobre los intereses <strong>del</strong> movimiento<br />
revolucionario en las ”zonas de influencia” reconocidas a los angloamericanos.<br />
Cuando los ”tres grandes” se reunen en Yalta, a comienzos de febrero, el ”reparto” de Europa<br />
estaba ya muy a<strong>del</strong>antado. Además de los aspectos a los que nos hemos referido en las páginas<br />
precedentes, en el curso de 1944 se había llegado a un acuerdo preliminar sobre la cuestión crucial<br />
de las zonas de ocupación de Alemania. El acuerdo fue ratificado en Yalta sin dificultad, tal vez<br />
porque cada uno de los ”tres” lo consideraba provisional y compatible con sus ulteriores planes<br />
sobre Alemania. <strong>La</strong> línea <strong>del</strong> Elba no podía por menos de satisfacer las exigencias más ambiciosas<br />
de la seguridad <strong>del</strong> Estado soviético, tal como era entendida por Stalin y sus generales. (Con notable<br />
presciencia, Engels escribió en 1853 que el expansionismo ruso, invocando el mito paneslavista, no<br />
descansaría hasta darse sus ”fronteras naturales”, las cuales – decía Engels – corresponden<br />
aproximadamente a una línea que va desde Danzig o Stettin hasta Trieste(153)) Y, por otra parte, a<br />
los capitalistas angloamericanos no podía desagradarles quedarse con las zonas más industriales de