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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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como el medio más eficaz, no sólo acelerar el krack final <strong>del</strong> aparato productivo capitalista, sino de<br />

socavar la influencia <strong>del</strong> reformismo y poner a las masas bajo la dirección <strong>del</strong> partido<br />

revolucionario. (Si los capitalistas no podían acceder a ninguna mejora económica sustancial, los<br />

dirigentes reformistas, agentes por antonomasia de la burguesía, no podían propiciar ninguna lucha<br />

efectiva por reivindicaciones económicas.) En la práctica, la gran beneficiaria de la lucha<br />

económica hasta 1929 fue la socialdemocracia, e incluso en los años de la gran <strong>crisis</strong> mundial los<br />

partidos <strong>comunista</strong>s de los países capitalistas vieron disminuir sus efectivos aproximadamente en un<br />

50 %, según datos oficiales de la IC(1). Sólo el partido francés a partir <strong>del</strong> frente popular, el<br />

checoslovaco durante un breve periodo, y el italiano a partir de 1945, pudieron competir<br />

ventajosamente en ese terreno con la socialdemocracia y los sindicatos reformistas. Lo que no<br />

significa, desde luego, que la lucha por las reivindicaciones económicas ”elementales” sea una<br />

dimensión sin importancia de la acción revolucionaria en el capitalismo maduro. Todo depende de<br />

en qué estrategia global se inscribe.<br />

<strong>La</strong> concepción de la IC, más arriba expuesta, llevó además a la subestimación de otras<br />

contradicciones y problemas, unos antiguos y otros nuevos, que iban adquiriendo relevancia en la<br />

existencia de las masas a medida que la cuestión <strong>del</strong> ”pedazo de pan” perdía su anterior<br />

dramatismo. Uno de los más importantes era el problema de la democracia social y política. <strong>La</strong><br />

democracia burguesa – considerada por las masas obreras, a justo título, como conquista propia<br />

desde el momento que incluyó la existencia legal de las organizaciones sindicales y políticas<br />

obreras, la legalidad de la huelga económica, etc. – era (y sigue siendo) una de las bases<br />

fundamentales <strong>del</strong> reformismo, tanto a nivel de la ideología y la política como de la propia lucha<br />

reivindicativa cotidiana. <strong>La</strong> IC se estrelló contra esta realidad. Hasta el viraje <strong>del</strong> VII Congreso su<br />

planteamiento <strong>del</strong> problema fue esencialmente negativo. Programáticamente oponía a la democracia<br />

burguesa la democracia soviética, a realizar en la sociedad socialista una vez tomado el poder. Pero<br />

el mo<strong>del</strong>o concreto que presentaba difícilmente podía seducir a las masas obreras educadas en los<br />

sindicatos reformistas (o anarcosindicalistas) y en los partidos socialdemócratas, e informadas por<br />

sus propias organizaciones – y no con espíritu benévolo, precisamente – de la realidad de la<br />

democracia soviética: privación de las libertades sindicales y políticas elementales, no compensada<br />

siquiera por un nivel material comparable al de los países capitalistas occidentales. Tácticamente,<br />

hasta el viraje <strong>del</strong> VII Congreso, la IC preconizaba la formación de ”soviets” cada vez que creía<br />

llegada una situación revolucionaria en determinado país, pero esta consigna, manejada<br />

abstractamente, sin conexión real con las formas concretas que el movimiento de masas tomaba<br />

bajo el peso de la experiencia tradicional, no tuvo efectos prácticos ni una sola vez en los países<br />

capitalistas. Para conseguirlos hubiera sido necesaria otra estrategia política, que incluyera la acción<br />

permanente por desarrollar formas de democracia proletaria en todos los aspectos de la lucha de<br />

masas, y particularmente en las empresas y sindicatos; hubiera sido necesario que los partidos<br />

<strong>comunista</strong>s fuesen los portadores – por su misma manera de relacionarse con las masas, de elaborar<br />

su política, de regirse internamente – de la nueva democracia. Dados sus fundamentos teóricos, sus<br />

características orgánicas, su rechazo negativo de las corrientes y experiencias europeas que<br />

hubieran podido servir de precedente teórico y práctico, la IC no podía concebir siquiera una<br />

estrategia de ese tipo. Después <strong>del</strong> VII Congreso, bajo los imperativos de la defensa de la URSS y<br />

de la lucha contra el fascismo, la IC y sus secciones se situaron en el terreno de la democracia, pero<br />

de la democracia burguesa. Y sobre esta base los partidos <strong>comunista</strong>s lograron estrechar sus<br />

conexiones con las masas trabajadoras, y en algunos casos, muy pocos, convertirse en partidos<br />

hegemónicos dentro de la clase obrera. Pero con ello iniciaban la evolución neorreformista que<br />

habría de afianzarse y desarrollarse en el contexto de la ”gran alianza”.<br />

Esta trayectoria política no se explica sólo, como sabemos, a partir de las concepciones teóricas y<br />

organizacionales de la IC, sino de manera muy fundamental – casi decisiva a partir de los años<br />

treinta – por su subordinación a la política exterior soviética (subordinación justificada, a su vez, en<br />

la revisión teórica rusocentrista, y asegurada por la creciente centralización burocrática de la<br />

organización). Pero sobre este aspecto no creemos necesario insistir porque es el que resalta con

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