La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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organizado una gran lucha de liberación nacional y disponían de destacamentos armados de<br />
guerrilleros”, es decir, en Francia e Italia(112). Zdanov y Málenkov, como ya dijimos, se<br />
mantuvieron discretamente en un segundo plano, concentrando sus críticas en el hecho de que<br />
después de ser excluidos <strong>del</strong> gobierno ambos partidos seguían adoptando una actitud<br />
gubernamentalista y parlamentarista, en lugar de movilizar a las masas contra la política<br />
proamericana de los respectivos gobiernos. Los otros participantes en la reunión se atuvieron, en lo<br />
esencial, a la pauta marcada por los soviéticos. Ninguno de ellos hizo objeción a la crítica realizada<br />
por los yugoslavos, pero tampoco abordó los problemas cruciales que implicaba. Los franceses e<br />
italianos comprendieron que estaban ante dos censuras de muy distinta intención, y la que había que<br />
tomar en serio, naturalmente, era la de los portavoces de Stalin. No se trataba de analizar a fondo las<br />
causas de que la revolución hubiese abortado en Francia e Italia, sino de aprobar el ”viraje”<br />
planteado por Zdanov. En cuanto Longo y Duclos cumplieron con el acto ritual de la autocrítica,<br />
reconociendo en términos generales que sus partidos habían cometido algunos errores oportunistas,<br />
por no combinar suficientemente la acción gubernamental con la acción de masas; en cuanto<br />
reconocieron no haber comprendido a tiempo el alcance de la nueva política americana, ni que la<br />
exclusión de los <strong>comunista</strong>s <strong>del</strong> gobierno se debía precisamente a ese nuevo curso antisoviético de<br />
Wáshington; en cuanto prometieron llevar a cabo una lucha enérgica contra el plan Marshall y<br />
aplicar escrupulosamente la nueva política que Stalin exigía, Zdanov dio por zanjado el ”debate” y<br />
se pasó a otro asunto.<br />
Una vez logrado ese resultado, los soviéticos no podían tener el menor interés en que se<br />
profundizase el análisis <strong>del</strong> oportunismo francoitaliano. Y los demás tampoco. Todos los presentes<br />
en la reunión eran suficientemente duchos en la materia para comprender que la crítica de los<br />
yugoslavos ponía implícitamente en entredicho la política dictada por Stalin al movimiento<br />
<strong>comunista</strong> en el periodo de la ”gran alianza”, y todos sabían muy bien que ese aspecto de la<br />
cuestión era tabú. Longo y Duclos hubieran podido utilizarlo para defenderse y acusar a los<br />
yugoslavos de tirar por elevación contra Stalin, pero como era evidente que Kar<strong>del</strong>j y Djilas<br />
actuaban de concierto con Zdanov y Málenkov, semejante ”defensa” habría agravado aún más su<br />
situación. En una entrevista a solas, Longo les explicó a Kar<strong>del</strong>j y Djilas que la política <strong>del</strong> partido<br />
italiano durante la guerra había sido dictada por Moscú, pero en las sesiones oficiales cada cual se<br />
atenía al papel que le tocaba desempeñar(113) El de chivos expiatorios, los unos; el de fiscales y<br />
jueces, los otros.<br />
A medida que se había ido perfilando la ruptura de la ”gran alianza” parecían disiparse los motivos<br />
de fricción entre la política de Moscú y los intereses de la revolución yugoslava. Mientras duró la<br />
luna de miel de los ”tres grandes”, la intransigencia revolucionaria de los yugoslavos fue vista en<br />
Moscú como un factor ”negativo”; después que Londres y Wáshington iniciaron la nueva cruzada<br />
antisoviética, se convirtió en factor ”positivo”. <strong>La</strong> Yugoslavia de los guerrilleros, con su nada<br />
despreciable ejército, y su estratégica situación geográfica, pasó a ser un eslabón importante <strong>del</strong><br />
glacis europeo que Stalin había comenzado a organizar. Y viceversa: frente a la amenaza que la<br />
”doctrina Truman” hacía pesar sobre la revolución yugoslava, la protección soviética aparecía como<br />
más necesaria a Tito y sus colaboradores.<br />
Pronto se revelaría que esta convergencia política no descansaba en bases sólidas. <strong>La</strong> intransigencia<br />
yugoslava era útil a los rusos siempre que se sometiera a la nueva política soviética. Pero los<br />
yugoslavos tenían sus propios objetivos en los Balcanes, que no coincidían con los de la diplomacia<br />
soviética. Por otra parte, los planes de Stalin respecto al glacis chocaban con la resolución<br />
yugoslava de conservar la independencia nacional. Sin embargo, en el momento de crearse el<br />
Kominform los yugoslavos no tenían ningún interés en chocar con los rusos: todo lo contrario. Lo<br />
que en su alegato contra el oportunismo francoitaliano había de crítica implícita de la política<br />
seguida anteriormente por Stalin no era probablemente premeditado (de haber existido tal<br />
premeditación los yugoslavos lo hubieran dicho después de la ruptura con Stalin): resultaba<br />
inevitablemente de que la política de los <strong>comunista</strong>s franceses e italianos había sido el eco fiel de la<br />
alta estrategia estaliniana.