La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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de los <strong>comunista</strong>s franceses en una ”unificación real”(131). Lo primero era remachar en hierro frío,<br />
porque en la ”cuestión polaca” Stalin no estaba dispuesto a ceder en nada esencial. <strong>La</strong> reclamación<br />
concerniente a Yugoslavia sólo fue satisfecha aparentemente, no por culpa de Stalin sino de Tito.<br />
En cuanto a la participación en la ”unificación real” de los <strong>comunista</strong>s franceses (y de los italianos)<br />
colmó los más secretos deseos <strong>del</strong> gran rotativo americano y de sus mentores.<br />
Una vez que el tren de la historia fue amputado de su locomotora (como Marx llamaba a la<br />
revolución) – en la medida, al menos, que tan ambiciosa operación estaba al alcance <strong>del</strong> ”gran<br />
maquinista” – los ”tres” pudieron proceder sosegadamente a traducir en decisiones concretas sus<br />
”intereses vitales y duraderos”. El primer jalón importante de esta nueva etapa fue la conferencia de<br />
ministros de Asuntos exteriores de la URSS, Inglaterra y Estados Unidos (a la que se agregó, como<br />
comparsa, el representante de Chiang Kai-chek), celebrada en Moscú, en octubre de 1943. En el<br />
preámbulo de la declaración anglo-soviética-americana, salida de esta Conferencia, se ratifica que<br />
sólo mediante el mantenimiento de ”la estrecha colaboración y cooperación” entre las tres potencias<br />
será posible – una vez terminadas las hostilidades – ”conservar la paz y fomentar plenamente el<br />
bienestar político, económico y social de sus pueblos”. Entre otras medidas, la conferencia estatuye<br />
sobre el nuevo régimen político que debe instaurarse en Italia después de la caída de Mussolini y de<br />
la declaración de guerra al Eje por el gobierno Badoglio. A los ”tres grandes” se les ofrecía una<br />
excelente oportunidad de mostrar cómo entendían la aplicación de los principios enunciados en la<br />
Carta <strong>del</strong> Atlántico, suscritos por la URSS. Y en efecto, otorgan al pueblo italiano el derecho de<br />
”elegir finalmente su propia forma de gobierno”, es decir, después que haya terminado la guerra.<br />
Hasta entonces el poder efectivo en todas las cuestiones, no sólo en las concernientes a la dirección<br />
de las operaciones militares, lo detentarán las autoridades militares aliadas. Durante ese tiempo –<br />
que los ”tres” prevían sería largo, y efectivamente duró dos años – el pueblo italiano conservaba el<br />
derecho a elegir ”finalmente” el gobierno de su agrado, mientras las autoridades aliadas ejercían el<br />
derecho a crear estructuras políticas que condicionasen adecuadamente al pueblo italiano, a fin de<br />
no tener sorpresas cuando a éste le llegase la hora de ejercer también su derecho. Y la primera<br />
medida concreta destinada a asegurar ese curso político fue el mantenimiento de Badoglio al frente<br />
<strong>del</strong> gobierno, contra la voluntad expresa de las principales fuerzas antifascistas. Ya hemos<br />
examinado en páginas anteriores de qué manera el prestigio y la habilidad política de Togliatti<br />
contribuyeron decisivamente a que los <strong>comunista</strong>s italianos y toda la izquierda se sometieran al plan<br />
de los ”tres grandes”, entrasen por la vía de la ”unificación real”, como reclamaba el New York<br />
Times (que si mencionaba únicamente a los <strong>comunista</strong>s franceses era porque su comentario fue<br />
escrito en vísperas de la caída de Mussolini).<br />
<strong>La</strong> posición soviética en la ”cuestión italiana”, unida a la que había adoptado en la ”cuestión<br />
francesa” (apoyo a de Gaulle y supeditación <strong>del</strong> Partido Comunista francés a la jefatura <strong>del</strong><br />
general), confirmaban la opción de Stalin en el reparto de las ”esferas de influencia”, la cual se<br />
había perfilado ya en las conversaciones con Eden, y puede resumirse en dos palabras: ceder<br />
(diplomática y políticamente hablando) en el oeste, para asegurarse el este. Y en verdad, dentro de<br />
la estrategia fundada en el ”reparto” no existía otra opción, puesto que su instrumento decisivo era<br />
el movimiento de los ejércitos y no la acción de las masas populares. Si la estrategia estaliniana<br />
hubiera contado con la lucha revolucionaria en Europa como un factor de primer orden, la situación<br />
creada en Italia a la caída <strong>del</strong> fascismo le deparaba una oportunidad excepcional. <strong>La</strong> ola de huelgas<br />
que durante la primavera de aquel año había sacudido al norte de Italia, y el formidable movimiento<br />
de masas <strong>del</strong> verano, mostraban claramente que la <strong>crisis</strong> de la sociedad italiana tendía a<br />
transformarse en <strong>crisis</strong> revolucionaria, como lo confirmarían en los meses siguientes el fulminante<br />
desarrollo <strong>del</strong> movimiento guerrillero bajo la influencia predominante de <strong>comunista</strong>s, socialistas y<br />
”accionistas”, y la impresionante huelga general de un millón de trabajadores en la zona<br />
ocupada(132) El único punto de convergencia real entre los Aliados y la burguesía italiana, por un<br />
lado, y el pueblo trabajador italiano, por otro, era la lucha contra la Alemania hitleriana. Este<br />
objetivo podía contribuir a potenciar el contenido revolucionario de la <strong>crisis</strong>, como sucedía en<br />
Yugoslavia, o a diluirlo: dependía, fundamentalmente, de la orientación que tomasen las fuerzas