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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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144<br />

”El hecho de que el campo antidemocrático, imperialista, se debilite, no debe conducir a la conclusión de<br />

que la amenaza de guerra disminuye. Esta conclusión sería profundamente errónea y nefasta. <strong>La</strong><br />

experiencia histórica muestra que cuanto más desesperada es la situación de la reacción imperialista y<br />

cuanto más se desencadena, más de temer son las aventuras guerreras de su parte. Los cambios ocurridos<br />

en la relación de fuerzas, a escala mundial, en favor <strong>del</strong> campo de la paz y la democracia, provocan<br />

nuevos accesos de furor en el campo <strong>del</strong> imperialismo y de los promotores de guerra.”(17)<br />

Aunque la ”experiencia histórica” tiene anchas espaldas, su instrumentalización en el presente caso<br />

era excesivamente burda: las dos agresiones directas sufridas por la URSS no hablan a favor de la<br />

improvisada afirmación de Suslov sino todo lo contrario: en 1918 los imperialistas de la Entente no<br />

se encontraban precisamente en situación desesperada, y los imperialistas hitlerianos atacaron en<br />

1941 después de haber ocupado toda Europa, creyéndose invencibles. Los jefes <strong>del</strong> capitalismo<br />

mundial han heredado suficiente ”experiencia histórica” como para que los ”accesos de furor” no<br />

sean determinantes de su estrategia. Pero de alguna manera había que fundamentar la existencia de<br />

un grave peligro de ”agresión directa” a la URSS por parte de un ”campo imperialista” que se<br />

debatía, según los teóricos <strong>del</strong> Kremlin, en irremisible <strong>crisis</strong> económica, y cuya política iba de<br />

derrota en derrota; que por añadidura – y esto sí era exacto – había perdido el monopolio atómico y<br />

tenía notable inferioridad en fuerzas militares convencionales, sin hablar ya de que las opiniones<br />

públicas estaban escasamente dispuestas – es lo menos que puede decirse – a una nueva matanza<br />

mundial cuando apenas había pasado un lustro de la última.<br />

Empate en la ”guerra fría”<br />

El verdadero plan <strong>del</strong> imperialismo americano en aquellos años no era lanzarse a una aventura<br />

contra la impresionante potencia militar <strong>del</strong> bloque soviético, sino extender su dominación a todo el<br />

”mundo libre”, consolidar el capitalismo en Europa occidental y particularmente en Alemania,<br />

colocándolo al mismo tiempo bajo su dependencia económica, política y militar; realizar análoga<br />

operación en la cuenca mediterránea, intensificar la explotación de América latina, penetrar en las<br />

esferas coloniales de sus aliados, reprimir el movimiento revolucionario fuera de las fronteras <strong>del</strong><br />

bloque soviético, asumir, en una palabra, el papel de explotador y gendarme mundial. En definitiva,<br />

el objetivo principal de la política americana era consolidar el ”campo imperialista” definido por<br />

Zdanov, sin desaprovechar ninguna posibilidad, claro está, de minar subterráneamente el ”campo”<br />

adversario. (En este segundo aspecto, forzoso es reconocerlo, el mejor auxiliar de los servicios de<br />

Allen Dulles fue la política estaliniana en el glacis.) Pero la estrategia planetaria de Wáshington<br />

incluía también, como la de Moscú, la búsqueda de un compromiso entre las dos superpotencias. El<br />

problema consistía, en última instancia, en que semejante compromiso no era posible mientras<br />

ambas partes no llegasen a una apreciación realista, y por tanto similar, de la relación de fuerzas.<br />

Cosa que en los primeros años de la postguerra resultaba difícil dada la revolución operada en la<br />

técnica y doctrinas militares por la aparición <strong>del</strong> arma atómica, así como la situación de extrema<br />

inestabilidad política creada en numerosas regiones <strong>del</strong> globo. <strong>La</strong> ”guerra fría” fue una especie de<br />

exploración, de tanteo, para llegar a un conocimiento más exacto de las fuerzas y disposiciones <strong>del</strong><br />

adversario. En los Estados Unidos no faltaban generales y políticos aventureros que preconizasen el<br />

lanzamiento sin más de la bomba sobre los centros neurálgicos soviéticos, pero esa no era la política<br />

oficial. Para los que elaboraban y aplicaban esta política, con conciencia de la enorme potencia<br />

militar representada por el bloque de la Unión Soviética, China y las democracias populares<br />

europeas, la bomba era un instrumento de ”disuasión”. No sólo, y no tanto, para disuadir a los jefes<br />

soviéticos de una iniciativa directa contra las posiciones occidentales (eventualidad harto<br />

improbable para cualquiera que conociese medianamente los fundamentos, la doctrina y la práctica<br />

de la política exterior soviética), como para disuadirles de orientar el movimiento <strong>comunista</strong> – dado<br />

que ellos eran sus verdaderos orientadores – en una dirección revolucionaria; para disuadirlos de<br />

alentar y proporcionar ayuda práctica a las luchas revolucionarias allí donde surgiesen. Grecia fue el<br />

caso más ilustrativo, más escandaloso, pero no el único, de la eficacia que en este último aspecto<br />

tuvo la ”disuasión” atómica. En un plano más general, toda la política de ”lucha por la paz”, de<br />

subordinación completa de la actividad de los partidos <strong>comunista</strong>s a la tarea central de

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