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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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En 1947, los Estados Unidos concertaron con las oligarquías latinoamericanas el pacto de Río de<br />

Janeiro, punto de partida de una ofensiva anti<strong>comunista</strong> general en América latina. <strong>La</strong> mayoría de<br />

los partidos <strong>comunista</strong>s – que bajo la influencia de la política de ”gran alianza”, acentuada en<br />

algunos de ellos por la corriente browderista, habían abandonado práticamente en los años<br />

anteriores la lucha antimperialista – fueron lanzados a la ilegalidad, sin que pudieran organizar<br />

ninguna resistencia eficaz. Casi todos sufrieron <strong>crisis</strong> internas que acentuaron su impotencia<br />

política(27). En Indonesia, Birmania, Malasia y Filipinas, los partidos <strong>comunista</strong>s – influidos por la<br />

experiencia china, pero no habiéndola asimilado – pasaron a la lucha armada sin preparación<br />

suficiente, con el agravante de que la política oportunista, a remolque de la burguesía nacional,<br />

practicada en el periodo precedente, los había colocado en situación desfavorable.<br />

Los movimientos armados fueron aplastados o tuvieron que replegarse a zonas aisladas, iniciando<br />

una lucha guerrillera de larga duración. El Partido Comunista de la India fue quebrantado en ese<br />

periodo por enconadas luchas internas entre la tendencia oportunista de derecha que había<br />

predominado en la fase anterior, convirtiendo al partido en apéndice de la burguesía nacional, y<br />

tendencias izquierdistas sectarias que no hacían distinción alguna dentro de esa burguesía ni<br />

comprendían la lección china sobre el potencial revolucionario de las masas campesinas(28).<br />

También fue debilitado por luchas internas el Partido Comunista <strong>del</strong> Japón, víctima además de las<br />

medidas represivas adoptadas durante la guerra de Corea por los ocupantes americanos.<br />

En el plano <strong>del</strong> régimen interno de los partidos <strong>comunista</strong>s, el periodo kominformiano se tradujo en<br />

la acentuación <strong>del</strong> centralismo burocrático y de la monolitización ideológica. Fue una especie de<br />

segunda ”bolchevización” de los partidos, realizada bajo el signo de la lucha contra el titismo, como<br />

la primera lo había sido bajo el signo de la lucha contra el trotsquismo. <strong>La</strong> depuración se puso al<br />

orden <strong>del</strong> día. Pocos fueron los partidos que no sufrieron <strong>crisis</strong> en sus organismos dirigentes, sin<br />

hablar ya de los escalones inferiores. <strong>La</strong> vida política interna se hizo más rutinaria que nunca,<br />

apagándose el soplo de aire fresco que había penetrado en los años de la Resistencia y la<br />

Liberación. El principio supremo que presidió esta segunda ”bolchevización” fue el mismo que en<br />

la primera: asegurar la cohesión monolítica <strong>del</strong> movimiento bajo la jefatura y el ”marxismo”<br />

moscovitas. Cohesión amenazada en este coyuntura – como • evidenció la herejía yugoslava – por<br />

las corrientes nacionales, y nacionalistas, que la guerra y la disolución de la Komintern habían<br />

avivado. El Kominform constituyó un instrumento político y organizacional en la lucha contra esas<br />

tendencias. Otro, de tipo específicamente ideológico, fue el culto a Stalin. <strong>La</strong>s dimensiones<br />

adquiridas por este fenómeno expresaban, sin duda, el extremo a que había llegado el abandono <strong>del</strong><br />

marxismo y su sustitución por una especie de fideísmo, doblado de pragmatismo y practicismo,<br />

pero se explican también por la función utilitaria que el ”culto” llenaba en la tarea de contrarrestar<br />

dichas tendencias centrífugas. El florecimiento paralelo de los cultos a los jefes <strong>comunista</strong>s<br />

nacionales era un fenómeno más complejo: cumplía la función de asegurar la cohesión monolítica<br />

de cada partido en torno al jefe fiel a Stalin, pero al mismo tiempo expresaba oscuramente – de<br />

manera inconsciente en unos casos y no tan inconsciente en otros – la respuesta nacional o<br />

nacionalista al culto de la hegemonía soviética. (El culto a Stalin personalizaba este otro, más<br />

profundo, a la jefatura de Moscú, el cual siguió en pie al condenarse el primero, y tuvo su nueva<br />

personalización en el pintoresco Nikita.)<br />

En el juicio crítico oficial sobre la actividad <strong>del</strong> Kominform, citado páginas atrás, se reconoce que<br />

”la política de diktat y arbitrariedad [...] frenó la elaboración creadora de los problemas <strong>del</strong><br />

movimiento obrero internacional y <strong>del</strong> movimiento de liberación nacional”. El verbo ”frenar” sirve<br />

aquí de eufemismo para designar la total esterilidad en el dominio de la ”elaboración creadora” que<br />

caracterizó al periodo <strong>del</strong> Kominform. En este terreno no puede decirse que hubiera cambios en<br />

peor: se prolongó simplemente la situación anterior. Pero sus consecuencias eran cada vez más<br />

graves, porque entre tanto el mundo, profundamente transformado por la guerra, seguía marchando<br />

y planteando problemas de creciente complejidad. Ante la problemática de las nuevas revoluciones<br />

proletarias y la rebelión de los pueblos oprimidos por el colonialismo, de la generalización <strong>del</strong><br />

capitalismo monopolista de Estado y de la lucha obrera en las condiciones de esta nueva fase

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