La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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Alemania. En lo que se refiere al resto de Europa, aunque la <strong>del</strong>imitación de las ”zonas de<br />
influencia” estaba prácticamente decidida, quedaba por resolver el problema que podríamos llamar<br />
de las ”cuotas” de influencia de los occidentales dentro de la zona de hegemonía soviética. Lo<br />
mismo que dentro de la zona de hegemonía angloamericana Stalin disponía de unas determinadas<br />
”cuotas” de influencia a través de los partidos <strong>comunista</strong>s, con la participación de éstos en los<br />
gobiernos de Francia, Italia, etc., el reconocimiento por Roosevelt y Churchill de la hegemonía<br />
soviética en el este de Europa no significaba que renunciasen a contar con ciertas posiciones<br />
políticas y económicas en los países correspondientes. El acuerdo secreto Churchill-Stalin sobre los<br />
Balcanes, por ejemplo, abarcaba ambos aspectos, ”zonas” y ”cuotas”. Grecia quedaba como zona de<br />
absoluta hegemonía angloamericana, lo mismo que Bulgaria, Rumania y Hungría de absoluta<br />
hegemonía soviética, pero los <strong>comunista</strong>s griegos tenían derecho a un 10 % de influencia en Ios<br />
órganos <strong>del</strong> Estado monárquico, vasallo de los angloamericanos. Si se hubiesen conformado con ese<br />
modesto porcentaje, Churchill no se habría visto en la dolorosa necesidad de convencerles a fuerza<br />
de bombas. Una vez que estos argumentos surtieron su efecto – 13 000 muertos <strong>del</strong> ejército de<br />
liberación (ELAS) sólo en Atenas – y de que los dirigentes <strong>comunista</strong>s griegos aceptaron, por el<br />
acuerdo de Varkiza, el desarme <strong>del</strong> ELAS en todo el país, Churchill – honorando su compromiso<br />
con Stalin – no se opuso a que el Partido Comunista griego ocupase legalmente la modesta plaza<br />
que el susodicho compromiso le reservaba dentro <strong>del</strong> orden democrático encarnado en Jorge II y el<br />
general Plastiras. Y de la misma manera que Churchill respetaba tan escrupulosamente, en lo que se<br />
refiere a Grecia, Ios porcentajes convenidos con Stalin, éste debía hacer lo mismo en los países<br />
incluidos dentro de la zona de influencia soviética. En Yalta este problema fue abordado<br />
concretamente en los casos de Yugoslavia y Polonia. Sobre la cuestión yugoslava los ”tres grandes”<br />
se limitaron a formular la recomendación expresa de que el acuerdo Tito-Subachitch fuese aplicado<br />
rápidamente(156) <strong>La</strong> manzana de la discordia en Yalta, como en anteriores negociaciones, fue<br />
Polonia.<br />
Stalin veía Polonia como un eslabón capital <strong>del</strong> glacis que habría de proteger la seguridad <strong>del</strong><br />
Estado soviético, y por tanto el nuevo Estado polaco tenía que ofrecer al Kremlin absolutas<br />
garantías en todos los órdenes. Pero las fuerzas políticas sinceramente prosoviéticas eran<br />
sumamente débiles en Polonia. Durante la vigencia <strong>del</strong> pacto germanosoviético, Stalin había tratado<br />
a la nación y a la población polacas como enemigos, recurriendo a procedimientos incalificables, lo<br />
que tuvo por lógico efecto exacerbar la tradicional rusofobia <strong>del</strong> nacionalismo polaco, sólo<br />
comparable a su germanofobia. Ni siquiera los reducidos grupos <strong>comunista</strong>s habían escapado a los<br />
golpes de Stalin(157). Nada tiene de extraño, por consiguiente, que las principales fuerzas de la<br />
Resistencia polaca se agrupasen en torno a los partidos burgueses y al socialdemócrata, los cuales<br />
habían constituido desde 1939 un gobierno exilado, con sede en Londres, reconocido por las<br />
potencias occidentales como único gobierno legal de Polonia. Quiere decirse que para darse el<br />
Estado polaco que necesitaba – incondicionalmente prosoviético, eslabón garantizado <strong>del</strong> glacis –<br />
Stalin no podía hacer la más mínima concesión a vía democrática alguna, fuese democráticoburguesa<br />
o democrático-proletaria. No podía confiar más que en la construcción, mediante medidas<br />
autoritarias, de un aparato estatal bien controlado – sobre todo en lo concerniente al ejército y a la<br />
policía – por los órganos de seguridad soviéticos. Para ello era necesario, entre otras medidas,<br />
destruir las fuerzas organizadas y armadas – muy considerables – de la Resistencia polaca<br />
controlada por los líderes burgueses y socialdemócratas. <strong>La</strong> miopía política de estos líderes,<br />
cegados por su nacionalismo antisoviético, que les llevó a la insurrección prematura de Varsovia, en<br />
agosto de 1944, facilitó la tarea de Stalin. <strong>La</strong>s tropas alemanas se encargaron de hacer con la<br />
Resistencia nacionalista burguesa polaca lo que las tropas británicas harían poco después con la<br />
Resistencia revolucionaria griega(156). De todas maneras el problema de fondo – la hostilidad de la<br />
gran mayoría <strong>del</strong> pueblo polaco a la inclusión de Polonia en la órbita rusa – seguía en pie. Roosevelt<br />
y Churchill estaban dispuestos a hacer amplias concesiones a las razones de ”seguridad” invocadas<br />
por Stalin, pero exigían su ”cuota” de influencia en la nueva Polonia, y reclamaban, además, que se<br />
guardasen las apariencias democráticas: ambos estaban bajo la fuerte presión de la opinión pública<br />
anglonorteamericana, muy sensibilizada desde el comienzo de la guerra por la causa polaca. En