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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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64<br />

presenta como una concesión práctica, efectiva – tanto más valiosa para los americanos cuanto más<br />

real es el peligro revolucionario – susceptible de compensar equitativamente el reconocimiento <strong>del</strong><br />

glacis y demás reivindicaciones soviéticas. Para llegar al reparto en firme <strong>del</strong> mundo con el<br />

imperialismo americano – tal es el contenido real de la ”paz segura y duradera” de la Declaración<br />

de Yalta –, Stalin maneja todas estas cartas y una más, que no podía faltar en la gran estrategia<br />

estaliniana: las contradicciones interimperialistas. Stalin considera que una vez puestos fuera de<br />

juego el Japón y Alemania no podrán por menos de agravarse las contradicciones entre las<br />

necesidades de expansión mundial <strong>del</strong> capitalismo norteamericano y el propósito que anima a<br />

Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda de conservar sus respectivos dominios coloniales.<br />

<strong>La</strong> conferencia de Potsdam, que se abre el 17 de julio, se sitúa aún en el contexto estratégico-militar<br />

ventajoso a la Unión Soviética, más arriba mencionado. Y sus resultados parecen un progreso en la<br />

dirección prevista por Stalin. Los americanos ceden, en lo esencial, sobre el problema polaco –<br />

aceptando pequeñas concesiones de Stalin – y se limitan a ligeras protestas por el desarrollo de los<br />

acontecimientos en otros países <strong>del</strong> glacis. Pero en vísperas de la conferencia tiene lugar el<br />

acontecimiento – en el sentido más pleno <strong>del</strong> concepto – que modificará sustancialmente las<br />

premisas objetivas <strong>del</strong> esquema estaliniano, y todo el curso de la política mundial. El 16 de julio, en<br />

efecto, la bomba atómica americana ha sido ensayada con pleno éxito en Alamogordo. De golpe, los<br />

Estados Unidos no necesitan ya <strong>del</strong> concurso soviético para acabar con el Japón, como lo<br />

demuestran Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto). Tokio capitula el 14 <strong>del</strong> mismo mes.<br />

Por el acuerdo secreto de Yalta la URSS debía entrar en la guerra con el Japón en el plazo máximo<br />

de tres meses después de la capitulación <strong>del</strong> Reich, es decir, el 8 de agosto lo más tarde. En esa<br />

fecha la URSS no había cumplido aún su compromiso, pero contaba con una buena justificación: el<br />

acuerdo de Yalta estipulaba que la ”restitución” a la Unión Soviética de las bases y concesiones que<br />

el Japón se había apropiado en 1905 debían ser ratificadas por el gobierno nacional chino (Chiang<br />

Kai-chek), y éste se resistía. El 8 de agosto no había dado aún su aprobación. Lo cual venía de<br />

perlas a Stalin puesto que le permitía conservar en la negociación con los Estados Unidos una carta<br />

tan importante como era la actitud soviética en la guerra <strong>del</strong> Pacífico. Pero en Hiroshima queda<br />

comprobada la eficacia de la nueva arma. Stalin no espera más a la ratificación <strong>del</strong> acuerdo de Yalta<br />

por Chiang Kai-chek. El 9 de agosto declara la guerra al Japón. El 14 de agosto quedarán en poder<br />

de la Unión Soviética no sólo los territorios previstos en Yalta sino toda Manchuria y Corea hasta el<br />

38 paralelo.<br />

El monopolio de la bomba atómica incide decisivamente en la política de Wáshington. Truman no<br />

pierde instante en proclamar que los Estados Unidos se han convertido en ”la nación más poderosa<br />

<strong>del</strong> mundo, la más poderosa, probablemente, de toda la historia”(169). El imperialismo americano<br />

pone rumbo decidido a la dominación mundial. Lo que no excluye la prudencia, porque los<br />

generales americanos comprenden perfectamente que si la bomba atómica puede reducir a<br />

Hiroshimas algunos centros soviéticos, difícilmente puede impedir al ejército rojo avanzar <strong>del</strong> Elba<br />

al Canal de la Mancha. En su respuesta al discurso de Churchill en Fulton, Stalin advierte que ”una<br />

nueva campaña militar contra la Europa oriental” terminaría mal para los intervencionistas: ”Se<br />

puede decir con seguridad que serían derrotados, lo mismo que fueron derrotados hace veintiséis<br />

años.”(170) En Wáshington se toma en serio la advertencia y Truman no sigue los consejos de los<br />

que preconizan blandir la bomba para forzar a la URSS a replegarse sobre sus fronteras. Se opta por<br />

la política de ”contención”, teorizada por Kennan.<br />

Stalin considera, sin embargo, que siguen existiendo premisas objetivas para llegar al deseado<br />

acuerdo con los Estados Unidos. ”No creo en el peligro real de una nueva guerra”, declara en<br />

septiembre de 1946. ”No considero que la bomba atómica sea la fuerza imponente que algunos<br />

líderes políticos quieren acreditar. <strong>La</strong>s bombas atómicas están destinadas a asustar a los ”débiles”,<br />

pero no bastan para decidir la suerte de una guerra”; y además, ”el monopolio [de la bomba] no<br />

puede durar mucho; estoy persuadido que la colaboración internacional, lejos de reducirse no puede<br />

más que extenderse”. O sea: la bomba no cambia esencialmente la relación de fuerzas y además es<br />

una ventaja transitoria; la solución es entenderse. Un mes después responde con un ”no” rotundo a

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