La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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En pocos problemas europeos disponía Stalin, sin embargo, de tan sólidas razones políticas para<br />
tomar una posición clara y tajante, como en el problema <strong>del</strong> franquismo. No sólo porque el pueblo<br />
español había sido el primero en librar batalla, durante tres años, a las potencias <strong>del</strong> Eje; no sólo<br />
porque el régimen franquista era un producto de la intervención armada de esas potencias; sino por<br />
el simple hecho de que Franco era beligerante contra la Unión Soviética: la ”división azul” formaba<br />
parte de los ejércitos invasores <strong>del</strong> territorio soviético. Y además, una declaración de guerra de la<br />
Unión Soviética a la España franquista, la exigencia de que el gobierno exilado de la República<br />
española fuera reconocido como único representante legal de España, al mismo título que otros<br />
gobiernos exilados de países europeos ocupados por Alemania, hubieran encontrado el apoyo de la<br />
gran mayoría de la opinión pública en el seno de la coalición antihitleriana, incluso en Inglaterra y<br />
los Estados Unidos. Pero Stalin no movió un dedo durante la guerra a favor de la República<br />
española; no tomó una sola iniciativa encaminada a asegurar que la victoria antifascista beneficiara<br />
a uno de los pueblos que más sangre había vertido por ella. <strong>La</strong> perpetuación de la dictadura fascista<br />
en España después de la segunda guerra mundial es uno de los resultados más evidentes de la<br />
política estaliniana de reparto de las ”esferas de influencia”. Y la irrisoria decisión adoptada en<br />
Potsdam, a iniciativa soviética, cerrando las puertas de las Naciones Unidas al régimen de Franco,<br />
no lava ante la historia las graves responsabilidades <strong>del</strong> Kremlin en el hecho de que ese régimen<br />
pudiera sobrevivir al naufragio <strong>del</strong> Eje.<br />
Volvamos al problema <strong>del</strong> segundo frente. Desde junio de 1941 Stalin había reclamado<br />
insistentemente su apertura, presentándola como condición esencial de la victoria sobre Alemania.<br />
Hasta tal punto esencial que la finalidad práctica, inmediata, de la liquidación de la IC – según<br />
vimos en el capítulo dedicado a esta cuestión – era facilitar el acuerdo sobre el segundo frente. Y al<br />
mismo objetivo inmediato tendían las concesiones de Stalin a la política de los aliados respecto a<br />
Italia, Francia, España, etc., independientemente de que esas concesiones tuvieran la proyección de<br />
más largo alcance que hemos ido examinando. En su Orden <strong>del</strong> día <strong>del</strong> 1 de mayo de 1944, Stalin<br />
reafirma rotundamente que la derrota de Alemania no es posible sin la apertura <strong>del</strong> segundo frente<br />
en el oeste de Europa. Y después <strong>del</strong> desembarco en Normandía no regatea elogios a la ”precisión<br />
sorprendente” con que habían sido aplicadas ”las decisiones tomadas en la conferencia de Teherán”:<br />
”<strong>La</strong> brillante realización de esas decisiones – dice Stalin – testimonia elocuentemente el<br />
afianzamiento de la coalición antihitleriana.”(135) Siguiendo la pauta marcada por el Kremlin, los<br />
partidos <strong>comunista</strong>s impulsaron durante tres años una intensa campaña reclamando el segundo<br />
frente, y no es extraño, por tanto, que cuando al fin fue creado la prensa <strong>comunista</strong> lo acogiera<br />
como ”la realización de lo que la humanidad entera venía pidiendo y esperando fervorosamente<br />
todos los días”(136).<br />
A partir de 1947, una vez deshecha la ”gran alianza”, bajo la presión de las exigencias de la nueva<br />
política exterior soviética y de la evidencia de los hechos – que entre tanto habían puesto<br />
plenamente al descubierto las segundas intenciones <strong>del</strong> segundo frente – el Kremlin se ve forzado a<br />
destruir el mito creado por él mismo. <strong>La</strong> historiografía soviética recibió luz verde para desvelar esa<br />
faceta de la historia, a condición, claro está, de no adentrarse en las inquietantes interrogaciones que<br />
el desvelamiento suscitaba respecto a la política de Moscú en los años de la ”gran alianza”. <strong>La</strong><br />
versión, vigente hasta hoy, de los historiadores soviéticos, puede resumirse en los siguientes puntos:<br />
1) <strong>La</strong> idea directriz de la estrategia angloamericana en el escenario bélico europeo consistía en dejar que<br />
Alemania y la URSS se desangrasen y debilitaran lo más posible, y entretanto desarrollar al máximo el<br />
potencial militar aliado a fin de intervenir en el momento oportuno, con fuerzas frescas, e imponer el tipo<br />
de paz que interesaba al imperialismo. <strong>La</strong> ayuda en equipo militar y alimentos a la Unión Soviética era la<br />
estrictamente necesaria para impedir la victoria alemana y prolongar el duelo germanosoviético hasta ese<br />
”momento oportuno”.<br />
2) Ese cálculo se reveló erróneo en el curso de 1943. Después de la victoria de Stalingrado y de los<br />
nuevos golpes demoledores asestados por el ejército soviético al enemigo en la primavera y verano de<br />
1943, el agotamiento de Alemania era visible, pero en cambio el potencial militar de la URSS crecía de<br />
día en día, tanto en cuanto a la fabricación de armamento como a los efectivos humanos movilizados y a<br />
la capacidad combativa de sus ejércitos. Al mismo tiempo, la envergadura que iba tomando la Resistencia