La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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<strong>del</strong> Atlántico, garantice a todos los hombres, en todas las partes <strong>del</strong> mundo, una vida exenta de temor y de<br />
privaciones.”<br />
El naufragio <strong>del</strong> oportunismo estaliniano<br />
Como ya hemos visto, el comportamiento de los ”tres grandes” en las semanas que siguen a Yalta<br />
ilustra elocuentemente su ”común determinación” de mantener la ”unidad de propósito y de<br />
acción”, la ”colaboración y comprensión continuas y crecientes”, a fin de instaurar una ”paz segura<br />
y perdurable”. Los occidentales acusan a Stalin de incumplir el acuerdo sobre Polonia. Stalin acusa<br />
a los occidentales de tratar separadamente con los alemanes. Y cada día trae nuevos motivos de<br />
tensión. Churchill se muestra particularmente agresivo. Intenta convencer a los jefes americanos de<br />
que la Rusia soviética, ensalzada hasta la víspera, por el propio Churchill, como heroico y leal<br />
aliado, es un ”peligro mortal para el mundo libre”. Cuatro días después de la capitulación <strong>del</strong> Reich<br />
escribe a Truman que sobre el frente soviético ha sido bajado un ”telón de hierro”, e ”ignoramos<br />
todo lo que sucede detrás”. Propone al sucesor de Roosevelt que los ejércitos norteamericanos no<br />
evacuen, sin arrancar nuevas concesiones a Stalin, los territorios alemanes al este <strong>del</strong> Elba que,<br />
según los acuerdos de Yalta, deben ser incluidos en la zona de ocupación soviética. (Los<br />
americanos habían ocupado estos territorios, a<strong>del</strong>antándose al avance ruso, gracias a que los<br />
alemanes les habían dejado vía libre.)(166)<br />
El nerviosismo agresivo de que Churchill da muestras en este momento refleja la debilidad de la<br />
posición inglesa. Un ”peligro mortal” se cierne, en efecto, sobre los intereses <strong>del</strong> imperialismo<br />
británico en el Báltico y en el este europeo, en los Balcanes y en los Estrechos, en el Cercano<br />
Oriente; amenaza al postulado permanente de la política exterior británica: asegurar un equilibrio<br />
europeo que impida la hegemonía continental de cualquier potencia. Inglaterra sale profundamente<br />
quebrantada de la guerra. Financieramente, está a merced de los Estados Unidos. Militarmente, no<br />
puede medirse, ni de lejos, con los otros dos ”grandes”. Sin la protección norteamericana las<br />
”cuotas” de influencia inglesa dentro de la zona de hegemonía soviética corren grave riesgo de<br />
esfumarse. Y Churchill teme que los dos ”supergrandes” puedan llegar a un arreglo planetario sin<br />
tener en cuenta los intereses imperiales, e incluso a costa de ellos. Porque si existen contradicciones<br />
sovieticoamericanas, también existen contradicciones angloamericanas, y Stalin cuenta con ellas.<br />
De ahí que la diplomacia churchilliana no pierda oportunidad de encizañar soviéticos y americanos.<br />
Mientras que la aspiración máxima de Inglaterra, como de Francia, residía en conservar el imperio<br />
colonial, el objetivo <strong>del</strong> pujante capitalismo americano consistía en destruir las barreras que<br />
entorpeciesen su expansión mundial. No otro era el significado práctico <strong>del</strong> ”idealismo”<br />
rooseveltiano. Ante las dos cámaras <strong>del</strong> Congreso, reunidas conjuntamente unos meses antes de<br />
Yalta, Roosevelt había anunciado solemnemente que se pondría fin a la política de ”esferas de<br />
influencia, de alianzas, de equilibrio entre las potencias, o de cualquier otro arreglo como aquellos<br />
que en el desventurado pasado fueron utilizados por los pueblos para intentar preservar su seguridad<br />
y defender sus derechos”(167). Este mundo abierto, y además agotado por la guerra, era, en efecto,<br />
el mundo ideal para el supercapitalismo americano: el mercado óptimo para su gigantesco aparato<br />
industrial, cuya producción se había duplicado durante la guerra; la esfera de inversión a la medida<br />
de los enormes capitales acumulados. En lugar de un mundo dividido en zonas de influencia, una<br />
sola zona de influencia englobando al mundo: la americana. En esta perspectiva, el grupo<br />
rooseveltiano incluía la colaboración con la Unión Soviética: consideraba que la contribución de la<br />
industria americana a la reconstrucción de la URSS sería ventajosa a ambas partes y se traduciría en<br />
un condicionamiento político <strong>del</strong> régimen soviético. Bajo este benéfico influjo el ”socialismo en un<br />
solo país” podría llegar a integrarse armónicamente en el mundo rooseveltiano.<br />
<strong>La</strong>s muestras de buena voluntad que Stalin había ido dando en el curso de la guerra – disolución de<br />
la IC, política de ”unión nacional” de los partidos <strong>comunista</strong>s, abandono de la lucha contra el<br />
imperialismo yanqui por los <strong>comunista</strong>s latinoamericanos, etc. – alentaban a Roosevelt y sus<br />
colaboradores respecto a la viabilidad de la pax americana. Pero otras facetas de la realpolitik<br />
estaliniana entraban en conflicto, evidentemente, con la concepción rooseveltiana. Ante todo la