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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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Dimítrov y otros líderes <strong>comunista</strong>s <strong>del</strong> este pensaban de modo parecido en aquel momento. Y, en<br />

efecto, la situación interna de los partidos socialistas en las democracias populares no permitía<br />

esperar que el ”proceso ideológico”, susceptible de llevar a la unificación con los partidos<br />

<strong>comunista</strong>s, pudiera recorrerse en breve plazo. A finales de 1947, las posiciones <strong>del</strong> ala izquierda se<br />

habían debilitado, como demostraron los congresos de los partidos socialistas de Checoslovaquia y<br />

Hungría. Y la misma izquierda, aun estando en principio por la unificación, divergía de los<br />

<strong>comunista</strong>s en cuestiones fundamentales, relativas a los métodos de construcción <strong>del</strong> socialismo, el<br />

régimen interno <strong>del</strong> partido, etc. No aceptaba, en particular, la sumisión al partido soviético. Pero a<br />

partir de enero de 1948, como tocados por una varita mágica, todos los partidos socialistas de las<br />

democracias populares fueron pronunciándose por la fusión con los partidos <strong>comunista</strong>s. En enero,<br />

los rumanos; en abril, los checoslovacos; en junio, los húngaros; en diciembre, los polacos y<br />

búlgaros. Se dieron fenómenos tan curiosos como éste: a fines de 1947 el 35 Congreso <strong>del</strong> Partido<br />

Socialista húngaro rechaza por sustancial mayoría la unificación con los <strong>comunista</strong>s; seis meses<br />

después, el 36 Congreso aprueba por unanimidad la unificación. En la reunión <strong>del</strong> Kominform<br />

celebrada en noviembre de 1949, Togliatti hizo un informe sobre los problemas de la ”unidad<br />

obrera”. <strong>La</strong> resolución adoptada sobre la base de ese informe registraba ”los éxitos históricos<br />

logrados en los países de democracia popular en el terreno de la unidad obrera”, la creación de<br />

”partidos únicos, sindicatos únicos, cooperativas únicas, organizaciones únicas de jóvenes, mujeres<br />

y otras”. Y en su informe Togliatti explica que esos ”éxitos históricos” ”no han podido ser<br />

obtenidos más que luchando enérgica y abiertamente contra los socialdemócratas de derecha,<br />

desenmascarándolos, aislándolos, apartándolos de los puestos dirigentes, arrojándolos de las filas de<br />

los partidos socialistas; tarea que ha sido realizada con éxito, aunque lenta y débilmente a veces, por<br />

los socialistas de izquierda con la ayuda activa de los <strong>comunista</strong>s”(6). Togliatti no da más<br />

precisiones, y es inútil buscar en los textos <strong>comunista</strong>s de la época la crónica documentada de esa<br />

lucha ”enérgica”, de los procedimientos que sirvieron para apartar de los puestos dirigentes y<br />

excluir de los respectivos partidos a los ”socialdemócratas de derecha”. Si se hubiera tratado,<br />

efectivamente, de una lucha abierta de ideas, de decisiones tomadas libremente por los propios<br />

militantes socialistas, convencidos de la necesidad de la unificación, es evidente que Togliatti no se<br />

hubiera privado de analizar minuciosamente tan importante experiencia. Pero la historia de la<br />

”ayuda activa” de los <strong>comunista</strong>s a la ”lentitud y debilidad” de los socialistas de izquierda está por<br />

escribir. Sus fuentes se encuentran en los archivos policiacos de los respectivos países, porque la<br />

varita mágica no fue otra – huelga aclararlo – que la depuración previa de los partidos socialistas de<br />

todos aquellos que se oponían a la unificación. Depuración llevada a cabo por la represión y la<br />

intimidación, de la que sólo han trascendido los casos más notorios de personalidades socialistas<br />

encarceladas u obligadas a exilarse(7). Entre los líderes <strong>del</strong> ala izquierda socialista que cooperaron a<br />

la operación, algunos se amoldaron al estalinismo; los más conocerían bien pronto la cárcel o el<br />

ostracismo político.<br />

En un primer momento, la liquidación de las fuerzas políticas burguesas y el anuncio de que<br />

comenzaba la ”construcción <strong>del</strong> socialismo” encontró el apoyo y despertó las esperanzas de las<br />

masas proletarias, o al menos de amplios sectores, así como de núcleos relativamente importantes<br />

de la intelectualidad. Pero la ilusión se desvaneció rápidamente, dejando paso al descontento<br />

larvado, al temor, y, sobre todo, a la apatía política. Bajo su forma ”democrática popular”, la<br />

dictadura <strong>del</strong> proletariado se reveló tan escasamente democrática y bastante menos popular que bajo<br />

su forma ”soviética”. Menos popular, entre otras razones, porque a diferencia de la URSS en las<br />

democracias populares encarnaba la dependencia de un poder extranjero. El mecanismo burocrático<br />

y policiaco que se decía representante <strong>del</strong> proletariado, al mismo tiempo que lo privaba de toda<br />

intervención efectiva en la dirección <strong>del</strong> país, era controlado, a su vez, por un mecanismo más<br />

oculto, encargado de velar por la unidad monolítica <strong>del</strong> conjunto <strong>del</strong> glacis. Una vez que los no<br />

creyentes habían sido puestos fuera de combate, la herejía pasó a ser el peligro principal en las<br />

nuevas provincias <strong>del</strong> imperio. Y Beria, el Gran Inquisidor de esos años, entró en acción con todas<br />

las consecuencias. Los depuradores empezaron a ser depurados.

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