La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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frontera entre la URSS y Polonia. A cambio, se le darían a Polonia los territorios alemanes hasta el<br />
Oder. Stalin accedió, pero hizo saber a sus interlocutores que le gustaría mucho quedarse con<br />
Konigsberg y la zona adyacente. Churchill no vio inconveniente: los polacos podían contentarse<br />
con recibir las ricas regiones industriales de Silesia a cambio de los pantanos <strong>del</strong> Pripet. Churchill y<br />
Roosevelt reconocieron lo muy legítima y natural que era la aspiración rusa de tener acceso a los<br />
mares cálidos, y Roosevelt, en particular, dio a entender a Stalin que podría recuperar Port Arthur y<br />
Dairen, arrebatados por el Japón a los zares en la guerra de 1905, y arrebatados antes por los zares a<br />
China. En lo referente a los territorios finlandeses ocupados por la URSS, Stalin no dio su brazo a<br />
torcer. Y Churchill tuvo la impertinencia de recordarle que, en 1917, los Soviets se habrían<br />
pronunciado por una paz sin anexiones ni indemnizaciones, a lo que Stalin respondió amablemente:<br />
”Ya les he dicho a ustedes que me estoy haciendo conservador.”(133) En cuanto a Alemania, los<br />
”tres” coincidían en la conveniencia de desmembrarla. <strong>La</strong> discusión giró sobre las modalidades<br />
concretas de la operación. Pero el problema principal tratado en Teherán fue el <strong>del</strong> segundo frente.<br />
A primera vista era una cuestión estrictamente militar. En realidad era un aspecto esencial <strong>del</strong><br />
reparto de las ”esferas de influencia”.<br />
Entre los americanos e ingleses habían surgido divergencias sobre la apertura <strong>del</strong> segundo frente.<br />
Los primeros eran partidarios de abrirlo en Francia porque – dice el historiador soviético Deborin –<br />
buscaban implantar la influencia de los Estados Unidos en Europa occidental, debilitando las<br />
posiciones inglesas. Los británicos propugnaban abrirlo en los Balcanes, porque – dice el mismo<br />
historiador – trataban de asegurar sus intereses en esa zona e impedir la ”irrupción soviética” en<br />
ella. En la Conferencia de Teherán, Churchill insistió en su proyecto balcánico, ”pero la <strong>del</strong>egación<br />
de la URSS mostró que dicho plan no tenía nada de común con la tarea de derrotar lo más<br />
rápidamente posible a Alemania y que perseguía objetivos completamente distintos”(134). En<br />
realidad, como se desprende de la explicación más detallada que da el propio Deborin, y confirman<br />
las actas conocidas de la Conferencia de Teherán, la <strong>del</strong>egación soviética no hizo referencia a los<br />
”objetivos completamente distintos” perseguidos por los ingleses: se limitó a razonar el problema<br />
en términos de eficacia militar. Y en análogos términos fundamentó su tesis de apertura <strong>del</strong> segundo<br />
frente en Francia, encontrando el apoyo de los americanos. En ambos casos Stalin hacía<br />
conscientemente una opción política fundamental, con la que pensaba matar dos pájaros de un tiro:<br />
asegurarse las manos libres en el este europeo y ”contribuir” a atizar la contradicción que, a juicio<br />
suyo, habría de dividir profundamente a las potencias capitalistas, una vez puestos fuera de combate<br />
Alemania y el Japón: la contradicción entre los viejos Estados colonialistas europeos, debilitados al<br />
extremo por la guerra, y la superpotencia americana que aspiraba a reemplazarlas en la explotación<br />
<strong>del</strong> mundo.<br />
Entre las concesiones mayores que Stalin hace en el oeste a sus dos aliados, a fin de tener las manos<br />
libres en el este, hay una particularmente siniestra: la referente a España. Durante la segunda guerra<br />
mundial, Churchill y Roosevelt continuaron consecuentemente, en el problema español, la política<br />
practicada por Londres y Washington de 1936 a 1939. <strong>La</strong> carta que el 8 de noviembre de 1942, en<br />
el momento <strong>del</strong> desembarco aliado en el norte de Africa, Roosesvelt dirigió a Franco, presentándose<br />
como su ”amigo sincero” y asegurándole que ”no tenía nada que temer de los Estados Unidos”, no<br />
era una simple maniobra táctica: era el expresión de esa política invariable. Lo mismo que la cínica<br />
declaración de Churchill en los Comunes, el 24 de mayo de 1944, diciendo que los asuntos<br />
interiores de España no concernían más que a los españoles. Y Stalin se hace cómplice, desde el<br />
primer día de la coalición antihitleriana, de la política española de Roosevelt y Churchill. <strong>La</strong><br />
declaración soviética <strong>del</strong> 24 de septiembre de 1941, aprobando los principios de la Carta <strong>del</strong><br />
Atlántico, no dice una palabra sobre España, y lo mismo sucede con todos los documentos oficiales<br />
soviéticos de tiempos de guerra, con las intervenciones públicas de Stalin, etc. Lo mismo sucede<br />
con las negociaciones entre los tres, desde la entrevista Stalin-Eden a finales de 1941 – cuando<br />
Stalin comienza a abordar la reforma <strong>del</strong> mapa político europeo – hasta Yalta, pasando por Teherán<br />
y las diferentes reuniones de los ministros de Relaciones exteriores: la dictadura fascista de Franco<br />
es intocable.