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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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más evidencia a lo largo de nuestro análisis. <strong>La</strong> catástrofe <strong>del</strong> partido alemán en 1933 y <strong>del</strong> partido<br />

chino en 1927, la derrota de la revolución española y la frustración de las posibilidades<br />

revolucionarias que encerraba el 36 francés, lo mismo que el desaprovechamiento de la gran<br />

oportunidad revolucionaria a escala europea creada por la derrota <strong>del</strong> fascismo en la segunda guerra<br />

mundial, se explican en grado superlativo por esa subordinación, conjugada, sin duda, con las otras<br />

facetas de la estrategia política de la IC, así como con su régimen interno. Los dos únicos partidos<br />

<strong>comunista</strong>s – el chino y el yugoslavo – que supieron llevar la revolución a la victoria, tuvieron que<br />

enfrentarse con esa subordinación, elaborar una estrategia conflictiva con la <strong>del</strong> Kremlin, y<br />

modificar en uno u otro grado su constitución interna.<br />

3. Para Marx, las formas sucesivas que podía tomar el partido político revolucionario no eran más<br />

que ”episodios en la historia <strong>del</strong> partido que nace espontáneamente por doquier <strong>del</strong> suelo de la<br />

sociedad contemporánea”, <strong>del</strong> ”partido en el gran sentido histórico <strong>del</strong> concepto”(2), el cual incluía<br />

todas las formas en que se manifestaba la ”auto-actividad” <strong>del</strong> proletariado, su ”autoemancipación”.<br />

El partido político revolucionario, en el sentido ordinario, sólo podía ser la expresión más<br />

consciente, sujeta por esencia a constante transformación y adaptación, <strong>del</strong> partido en el sentido<br />

histórico. Con esta concepción enlaza, sin duda, la idea gramsciana <strong>del</strong> partido como ”intelectual<br />

colectivo”, que aprende <strong>del</strong> mundo exterior no menos de lo que puede enseñarle; que se considera<br />

una expresión relativa, transitoria, de la conciencia avanzada <strong>del</strong> movimiento histórico de las masas<br />

trabajadoras, de los productores de bienes materiales y culturales. Este tipo de partido puede tener<br />

una política revolucionaria científica – es decir, ajustada al movimiento real y al mismo tiempo no<br />

seguidista, capaz de influir sobre el movimiento en el sentido de la transformación social<br />

revolucionaria – porque está abierto a toda la riqueza de la vida social y la somete a permanente<br />

investigación, análisis y síntesis, fundando sobre esas bases la acción práctica <strong>del</strong> partido.<br />

<strong>La</strong> evolución de los partidos <strong>comunista</strong>s, primero como ”partido mundial” y luego como partidos<br />

nacionales, es la historia de un proceso que marcha en dirección diametralmente opuesta a la<br />

concepción marxiana. Representa la constitución progresiva de un organismo cerrado, que se cree<br />

dueño definitivo de la verdad presente y futura, poseído de olímpico desprecio a la duda metódica y<br />

a las resistencias que le opone el movimiento real. Un organismo que llega a ver en su propio<br />

pensamiento un peligro mayor aún que el que ve en el pensamiento ajeno. El centralismo<br />

burocrático es una de las dimensiones mayores <strong>del</strong> tipo estaliniano de partido, pero por sí solo no<br />

define su naturaleza. (El centralismo burocrático lo encontramos también en los partidos políticos<br />

burgueses y socialdemócratas.) En su composición interviene el centralismo burocrático, más el<br />

dogma ”marxista-leninista”, más la fe en el mito soviético, más un estilo de conducta, más una<br />

moral política sui generis – capaz de conciliar los actos más nobles con los más abyectos al servicio<br />

<strong>del</strong> ”interés superior” <strong>del</strong> partido. Todos estos elementos se entrelazan y potencian entre sí en el<br />

partido estaliniano, y ninguno por separado basta a definir su esencia. No se dan uniformemente en<br />

todo el cuerpo <strong>del</strong> partido. Adquieren particular consistencia en sus estructuras centrales, en el<br />

llamado aparato – caricatura burocrático-clerical <strong>del</strong> cuerpo de ”revolucionarios profesionales”<br />

concebido por Lenin – mientras que son menos acusados en la periferia de la organización, en la<br />

”base”. Este tipo de partido transforma en su contrario cualidades necesarias a. todo partido<br />

revolucionario: la disciplina voluntaria y consciente, en obediencia incondicional a las instancias<br />

superiores; la centralización democrática, en dictadura <strong>del</strong> jefe; la unidad en la acción, en<br />

monolitismo esterilizador de la acción.<br />

Hacia tal esquema tendió la evolución de los partidos <strong>comunista</strong>s en la época estaliniana, sin que<br />

ninguno de ellos pueda tomarse como su realización perfecta. El que más se aproximó (y se<br />

aproxima) fue el partido mo<strong>del</strong>o y promotor de dicha evolución, aunque sea en él, seguramente,<br />

donde menos se daba, al final de esa época, uno de los elementos descritos: la fe en el mito<br />

soviético. Los partidos <strong>comunista</strong>s fueron acercándose a ese esquema, sin identificarse con él,<br />

porque semejante evolución tropezaba permanentemente con la resistencia inconsciente de la<br />

subjetividad revolucionaria de los <strong>comunista</strong>s (cuando se hacía consciente llevaba al abandono <strong>del</strong><br />

partido o a la exclusión). Tropezaba también con la significación objetiva <strong>del</strong> partido a los ojos de

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