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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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147<br />

El auge general <strong>del</strong> movimiento, reseñado en el capítulo 1 de esta segunda parte, se trocó a partir de<br />

1947 en retroceso general con raras excepciones. <strong>La</strong> principal, como ya sabe-mos, de dimensión<br />

histórica: el triunfo de la revolución china. Otra excepción: la guerra nacional revolucionaria de los<br />

<strong>comunista</strong>s vietnamitas, sin más apoyo directo que el de los <strong>comunista</strong>s chinos. Dentro <strong>del</strong><br />

capitalismo occidental sólo el Partido Comunista italiano logró conservar sus efectivos e influencia.<br />

Quitando estos tres casos, es difícil encontrar un partido <strong>comunista</strong> que no declinara en aquel<br />

periodo. El otro ”grande” <strong>del</strong> comunismo occidental perdió cerca de la mitad de sus afiliados. Los<br />

partidos <strong>comunista</strong>s detentadores <strong>del</strong> poder en los países <strong>del</strong> glacis salieron profundamente<br />

quebrantados, como pusieron de relieve las <strong>crisis</strong> de 1956. El fenómeno afectó también a la Unión<br />

Soviética, donde las esperanzas latentes de renovación nacidas al finalizar la guerra quedaron<br />

defraudadas, dejando paso a una apatía política sin precedentes. Incluso en China, la evolución <strong>del</strong><br />

partido en los años que siguen a la victoria tuvo un marcado carácter regresivo en relación con su<br />

trayectoria anterior. Pero mientras en el mundo capitalista la deterioración <strong>del</strong> movimiento<br />

<strong>comunista</strong> se manifestó visiblemente, en los países ”socialistas” quedó encubierta hasta el XX<br />

Congreso tras la fachada <strong>del</strong> Estado dictatorial burocrático y la mistificación propagandística <strong>del</strong><br />

desarrollo real. Los progresos efectivos de la reconstrucción económica y de la industrialización<br />

permitían disimular las contradicciones y estrangulamientos que se acumulaban. Se trató, pues, de<br />

una regresión general, mundial, <strong>del</strong> movimiento <strong>comunista</strong>, que vista desde la perspectiva actual<br />

aparece en su verdadera significación: no fue un fenómeno coyuntural sino el comienzo <strong>del</strong> declive<br />

histórico irreversible <strong>del</strong> partido <strong>comunista</strong> de tipo estaliniano. <strong>La</strong>s causas profundas residían en<br />

toda la historia de este partido, pero en aquella fase – como en cada una de las fases precedentes y<br />

en las ulteriores – revistieron una forma concreta, peculiar.<br />

A nivel político general la causa primera <strong>del</strong> retroceso, fuera de las fronteras <strong>del</strong> ”campo socialista”,<br />

parecía ser la ofensiva de las fuerzas reaccionarias, encabezadas por el nuevo aspirante a gendarme<br />

mundial. En realidad esta ofensiva – su posibilidad misma, sus éxitos mayores o menores según los<br />

países – se explica fundamentalmente por la política de claudicaciones ante la coalición<br />

angloamericana y las burguesías ”antifascistas” seguida en el periodo precedente, política que<br />

quebrantó el impulso adquirido por el movimiento de masas en el cuadro de la victoria antifascista,<br />

y minó interiormente la capacidad de acción revolucionaria que aun se albergaba en los partidos<br />

<strong>comunista</strong>s. <strong>La</strong> vía <strong>del</strong> electoralismo, <strong>del</strong> cretinismo parlamentario, de las ilusiones en la perennidad<br />

de la ”gran alianza”; la vía – en una palabra – de la colaboración de clases a escala nacional e<br />

internacional, desarmó al movimiento, desmoralizó a las nuevas promociones de luchadores<br />

llegados a sus filas en los años de la Resistencia y la Liberación. Por eso la ofensiva <strong>del</strong><br />

imperialismo americano y de las burguesías nacionales – soterrada desde 1944-1945, abierta desde<br />

1947 – no encontró prácticamente oposición, como no fuese en el terreno de las reivindicaciones<br />

económicas cotidianas. Los dos únicos partidos <strong>comunista</strong>s <strong>del</strong> capitalismo industrial que estaban<br />

en condiciones de desempeñar el principal papel en este terreno, mejor que la socialdemocracia,<br />

eran los de Francia e Italia. Por eso lograron conservar en mayor o menor grado su influencia en la<br />

clase obrera, aunque el primero – como hemos dicho – perdió gran parte de sus efectivos<br />

organizados. Habían demostrado no ser el partido de la revolución, pero probaban, en cambio, que<br />

eran útiles a la clase obrera en la lucha por sus intereses cotidianos. En todos los demás países<br />

”avanzados” los partidos <strong>comunista</strong>s se convirtieron de nuevo en pequeños grupos marginales,<br />

impotentes frente a los grandes partidos socialdemócratas y las centrales sindicales reformistas.<br />

Incluida Alemania occidental, donde el reconstruido partido <strong>comunista</strong> no fue más que la sombra de<br />

un lejano pasado(26). Sobre el Partido Comunista norteamericano, reducido a su mínima expresión<br />

después de la expulsión de Browder (una fracción considerable de militantes abandonó entonces el<br />

partido), se abatió la represión maccarthysta en medio de la indiferencia de las masas obreras. Los<br />

<strong>comunista</strong>s españoles tuvieron que interrumpir la lucha guerrillera, que no encontraba eco ni apoyo<br />

suficiente en una población desmoralizada por la tremenda derrota de 1939, el terror posterior y la<br />

nueva ”traición de las democracias”. Al drama de los <strong>comunista</strong>s helenos nos hemos referido<br />

suficientemente.

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