La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv
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Jamás, en la historia de ambos países, el movimiento real había puesto objetivamente en entredicho,<br />
de manera tan concluyente, el régimen burgués; jamás las masas trabajadoras, las capas<br />
intelectuales, la sociedad en su conjunto habían vivido experiencia tan aleccionadora, demostrativa<br />
de la necesidad de una nueva economía, un nuevo Estado, una nueva clase social dirigente. ¿Podía<br />
el partido <strong>comunista</strong>, sin perder su razón de ser, no plantear la alternativa socialista? ¿Podía dejar<br />
pasar semejante coyuntura, sin llevar la crítica que el movimiento real inscribía en los hechos al<br />
plano de la teoría y de la acción política? Aquí deben distinguirse dos aspectos <strong>del</strong> problema. Un<br />
primer aspecto, la utilización a fondo de la situación objetiva, de la experiencia viva, para elevar la<br />
conciencia política de las masas y crear una voluntad lúcida de transformación revolucionaria; la<br />
elaboración de una estrategia y una táctica encaminadas a organizar y preparar las fuerzas<br />
susceptibles de imponer tal transformación, teniendo como objetivo central la toma <strong>del</strong> poder, no<br />
por el partido <strong>comunista</strong> sino por el conjunto de las fuerzas sociales y políticas que se situasen en<br />
el terreno de la alternativa socialista. <strong>La</strong> obligación ineludible de todo partido revolucionario<br />
marxista, en una situación de profunda <strong>crisis</strong> nacional, como la creada en Francia e Italia en la<br />
primera mitad de los años cuarenta, era proceder de esa manera. Independientemente <strong>del</strong> otro<br />
aspecto que tenía el problema, el de si tal acción podría desembocar o no, en aquel periodo, en la<br />
victoria revolucionaria. Por la simple razón de que este interrogante no podía tener respuesta más<br />
que en el curso de la acción misma, en función de que bajo los efectos de esa acción y de otros<br />
factores se crease o no la coyuntura propicia concreta – la relación de fuerzas, para decirlo en el<br />
lenguaje habitual –, que permitiese dar el paso decisivo: la toma <strong>del</strong> poder. (En abril de 1917 nadie<br />
podía asegurar – y Lenin no lo afirmó en ningún momento – que se crearían indefectiblemente las<br />
condiciones suficientes para la toma <strong>del</strong> poder por los bolcheviques. <strong>La</strong> política de abril no<br />
determinó, por sí sola, que tales condiciones se dieran en octubre, pero no se hubiesen creado sin<br />
ella.) Los dirigentes máximos de los partidos <strong>comunista</strong>s de Francia e Italia, que desde la Unión<br />
Soviética, bajo el control inmediato de Stalin, determinaron la línea general de ambos partidos<br />
durante la segunda guerra mundial, ”resolvieron” el interrogante desde el primer día, es decir, desde<br />
el día en que los Estados Unidos e Inglaterra se convirtieron en aliados de la URSS: en Francia e<br />
Italia no podía haber salida socialista. <strong>La</strong> meta tenía que ser la restauración de la democracia<br />
burguesa.<br />
Dimisión de tal magnitud, que negaba en la práctica lo que los <strong>comunista</strong>s creían ser y seguían<br />
proclamando que eran, necesitaba justificaciones teóricas y políticas a su medida. Mientras duró la<br />
guerra, la justificación principal, en la que confluían todas las otras que se fueron aduciendo según<br />
las circunstancias, se reducía al siguiente esquema:<br />
a) la victoria de la Alemania hitleriana significaría la destrucción de la Unión Soviética y el<br />
aplastamiento por tiempo indeterminado <strong>del</strong> movimiento obrero europeo;<br />
b) por consiguiente, el objetivo número uno tiene que ser la derrota de Alemania;<br />
c) pero para asegurar la derrota de Alemania es condición sine qua non preservar la solidez de la<br />
coalición antihitleriana; d) plantear la perspectiva socialista, proponerse la toma <strong>del</strong> poder por el<br />
proletariado llevaría inevitablemente al enfrentamiento con los Aliados y pondría en peligro la<br />
victoria; e) por consiguiente, no es posible plantear en esta etapa la alternativa socialista. Este<br />
razonamiento se esgrimía como algo sin vuelta de hoja, perteneciente al dominio <strong>del</strong> sentido<br />
común. Sólo izquierdistas inveterados, trotsquistas y otros irresponsables, cuando no agentes<br />
solapados <strong>del</strong> enemigo – los ”hitlerotrotsquistas”, en el vocabulario de Thorez – podían poner en<br />
tela de juicio verdades tan evidentes. Ya nos hemos referido a los motivos por los cuales la<br />
generalidad de los cuadros <strong>comunista</strong>s, y en particular los franceses e italianos, estaban<br />
predispuestos a aceptar esa lógica de sentido común. Sus proposiciones de partida, a) y b), eran,<br />
desde luego, indiscutibles. Pero la proposición c), de la que derivaban la d) y e), incluía un supuesto<br />
que no era, ni mucho menos, indiscutible: el de que la cohesión de la coalición antihitleriana –<br />
entendida como alianza de los Estados Unidos e Inglaterra con la URSS, como alianza de las<br />
burguesías europeas rivales de Alemania con el movimiento obrero y antifascista – era la condición<br />
sine qua non de la victoria. Excluía la posibilidad de que en el curso de la guerra pudiera crearse