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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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soviéticos proceder a la liquidación metódica de los cuadros de la Resistencia no <strong>comunista</strong>, sin<br />

vacilar en recurrir a procedimientos como el siguiente: sus principales jefes militares y políticos<br />

fueron invitados por las autoridades militares soviéticas a entablar conversaciones amistosas; se les<br />

proporcionó salvoconductos y se les garantizó su seguridad. Una vez llegados al lugar convenido<br />

para la entrevista, todos fueron detenidos y trasladados secretamente a una cárcel moscovita. Meses<br />

después comparecieron ante un tribunal militar soviético que les condenó a diez años de prisión<br />

acusándoles de tentativas de sabotaje contra el ejército soviético. Muchos dirigentes locales de la<br />

Resistencia fueron capturados por análogo procedimiento, y liquidados sin proceso(164).<br />

Como se ve, Stalin no temía arrostrar la ruptura de la ”gran alianza” si lo que se ponía en juego era<br />

el control de Moscú sobre los países designados por la historia para integrar el glacis ruso. Pero en<br />

ese mismo periodo, y aplicando las directivas estalinianas, Thorez desarmaba a la Resistencia y<br />

ponía al Partido Comunista a remolque de de Gaulle, invocando el peligro de una inversión de las<br />

alianzas. Bajo la misma invocación rendía sus armas a los Aliados la magnífica Resistencia <strong>del</strong><br />

norte de Italia, y los <strong>comunista</strong>s griegos aceptaban el desarme <strong>del</strong> ELAS. Stalin consideraba<br />

legítimo correr el riesgo de un conflicto con los Aliados en nombre <strong>del</strong> glacis, y al mismo tiempo<br />

hacía que los <strong>comunista</strong>s de la ”zona de influencia” angloamericana considerasen como un crimen<br />

la eventualidad de que una acción revolucionaria pudiese provocar semejante conflicto. Por tanto, si<br />

dicha acción revolucionaria determinaba la intervención armada de los ejércitos angloamericanos<br />

no había que contar con la intervención militar soviética (siempre que la intervención aliada no<br />

afectara al glacis): el caso griego tenía valor de advertencia.<br />

<strong>La</strong> cuestión de las ”zonas” o ”cuotas” de influencia en Europa no se abordó concretamente en Yalta<br />

más que en los casos citados de Alemania, Polonia y Yugoslavia. (En relación con Alemania es<br />

importante precisar que no sólo se <strong>del</strong>imitaron las zonas de ocupación; se acordó en principio su<br />

desmembramiento, instituyéndose un comité de los ”tres” encargado de estudiarlo(165)) Respecto a<br />

los demás países europeos, las tres potencias se concertaron sobre las normas a seguir para<br />

intervenir conjuntamente ”cuando a discreción suya las circunstancias lo exigiesen”. De hecho<br />

quedaron revalidados todos los compromisos precedentes relativos al reparto. Pero Yalta no se<br />

limitó a las cuestiones europeas. Un protocolo secreto establecía que la Unión Soviética entraría en<br />

guerra con el Japón poco después de finalizar las hostilidades en Europa, y una vez derrotados los<br />

japoneses serían restablecidos ”los derechos anteriores de Rusia, violados por el pérfido ataque <strong>del</strong><br />

Japón en 1904”. <strong>La</strong> Unión Soviética recuperaría la parte sur de Sajalin y todas las islas adyacentes;<br />

China le arrendaría Port-Arthur como base naval, y Dairen sería internacionalizado; el ferrocarril<br />

<strong>del</strong> este chino y el ferrocarril <strong>del</strong> sur de Manchuria serían explotados conjuntamente por una<br />

sociedad mixta chinosoviética. En una palabra, la Unión Soviética recuperaría las bases y<br />

concesiones obtenidas por el zarismo en el Extremo Oriente en la época <strong>del</strong> reparto de las ”zonas de<br />

influencia” en China por las potencias occidentales. Y una propina: las islas Kuriles pertenecientes<br />

al Japón. En Yalta hubo también conversaciones entre los ministros de Relaciones exteriores de las<br />

tres potencias a propósito <strong>del</strong> Irán – dividido, en ese momento, en ”zonas de influencia” entre<br />

ingleses y soviéticos – y de la aspiración de Moscú a tener un control sobre los Dardanelos.<br />

Yalta fue, por consiguiente, un jalón esencial en el reparto de las ”zonas de influencia” a escala no<br />

sólo europea sino mundial. Y al mismo tiempo fue el pináculo de la gran mistificación que encubría<br />

dicho reparto y presentaba a los ”tres grandes” como ángeles tutelares de la paz, la democracia y la<br />

independencia nacional de los pueblos. Cientos de millones de humanos – y entre ellos millones de<br />

<strong>comunista</strong>s – creyeron a pie juntillas la solemne declaración firmada por Churchill, Roosevelt y<br />

Stalin:<br />

”En la reunión de Crimea hemos reafirmado nuestra común determinación de mantener y fortalecer en la<br />

paz que ha de venir la unidad de propósito y de acción que ha hecho posible y segura la victoria de las<br />

Naciones Unidas en esta guerra. Creemos que es una obligación sagrada de nuestros gobiernos para con<br />

sus pueblos y todos los pueblos <strong>del</strong> mundo. Sólo mediante la colaboración y comprensión continuas y<br />

crecientes entre nuestros tres países y entre todas las naciones amantes de la paz, podrá realizarse la más<br />

alta aspiración de la humanidad: una paz segura y perdurable que, de acuerdo con los términos de la Carta

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