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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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<strong>La</strong> guerra contra las potencias <strong>del</strong> Eje tuvo un contenido progresista, liberador, desde el momento<br />

que llevaba a la destrucción <strong>del</strong> régimen fascista, a la liquidación de una forma de opresión<br />

nacional: la que el imperialismo hitleriano o japonés habían implantado en una serie de países y<br />

trataban de instaurar en otros. Esta guerra tendía a transformarse en guerra revolucionaria, desde el<br />

momento que la lógica de la lucha antifascista llevaba al enfrentamiento con las clases dirigentes<br />

que se habían servido <strong>del</strong> fascismo para mantener su dominación; desde el momento, también, que<br />

la guerra ponía en pie de lucha las clases proletarias, que éstas tomaban las armas y adquirían<br />

confianza en su fuerza. Pero la política de Stalin, sin hablar de la de Roosevelt y Churchill, no era la<br />

expresión fiel de ese contenido. Si Roosevelt y Churchill, tras las grandes proclamaciones y<br />

promesas que evocaban las aspiraciones de libertad e independencia de los pueblos, perseguían<br />

objetivos esencialmente imperialistas (la posición más abierta y liberal <strong>del</strong> primero no afectaba a<br />

esa esencia imperialista de la política americana), Stalin, con análogas promesas y declaraciones,<br />

perseguía los objetivos de la capa burocrática que había sustituido al proletariado revolucionario de<br />

Octubre en la dirección <strong>del</strong> Estado soviético. El nuevo autócrata de todas las Rusias, la burocracia<br />

conservadora que él encarnaba, no podían llevar la revolución a otros pueblos después de haberla<br />

desnaturalizado en su propio país; no podían favorecer la libertad y la democracia en otras latitudes<br />

cuando la negaban a los trabajadores de la Unión Soviética. <strong>La</strong> política exterior <strong>del</strong> estalinismo no<br />

podía por menos de ser el reflejo de su política interior. Los ejércitos soviéticos – como los aliados<br />

– cumplían una función libertadora, en la medida que destruían los regímenes fascistas y aplastaban<br />

al imperialismo hitleriano. Y al mismo tiempo aportaban un nuevo tipo de opresión. Los<br />

angloamericanos llevaban consigo la conservación <strong>del</strong> sistema capitalista, la instauración, o la<br />

pretensión de instaurar, su dominación mundial, la perpetuación <strong>del</strong> colonialismo bajo unas u otras<br />

formas. Los ejércitos soviéticos llevaban consigo la instauración de un nuevo régimen social, según<br />

el mo<strong>del</strong>o estaliniano, en el que la liquidación de la propiedad privada capitalista no significaba el<br />

paso a manos de los trabajadores de los medios de producción, sino su usufructo por un nuevo<br />

grupo social privilegiado, cuyo reinado burocrático se apoyaba en la mistificación ideológica, la<br />

privación de libertades políticas y el mecanismo policiaco más gigantesco de todos los tiempos. Los<br />

ejércitos soviéticos llevaban también en sus furgones los planes de expansión y dominación <strong>del</strong><br />

nacionalismo granruso. Llegaba la hora en que los temores de Lenin a la reaparición <strong>del</strong><br />

imperialismo ruso cubierto con la bandera de Octubre iban a tener plena confirmación.<br />

<strong>La</strong> gran mistificación<br />

Como es natural, si los objetivos antifascistas y liberadores de la guerra podían ser abiertamente<br />

proclamados, los ”otros” objetivos de los capitalistas angloamericanos y de la burocracia estaliniana<br />

debían ser cuidadosamente disimulados. En este arte, viejo como la historia, de encubrir con los<br />

más nobles ideales los actos más retrógados, cada uno de los líderes de las tres grandes potencias<br />

tenía su propia experiencia, y la de Stalin no desmerecía en nada de la de sus eminentes colegas.<br />

Inmediatamente encontraron lo que se llama un ”lenguaje común”. <strong>La</strong>s inevitables divergencias que<br />

entre ellos surgieron no atañían para nada a los principios: los tres estuvieron siempre de acuerdo<br />

para exaltarlos en el acto mismo de conculcarlos. <strong>La</strong>s divergencias procedían de la muy natural<br />

inclinación a llevarse la mejor parte en la nueva distribución <strong>del</strong> atlas mundial. Eso sí, cuando<br />

alguno consideraba que sus intereses eran menoscabados ponía el grito en el cielo de los principios,<br />

y acusaba a los otros de transgredirlos. Pero cuando se llegaba a un acuerdo equitativo cada uno<br />

avalaba con su prestigio ante los sectores sociales afectos las nobles intenciones de sus colegas. En<br />

este sentido a Stalin le tocó desempeñar, con mucho, el papel más preeminente. Su inmenso crédito,<br />

como personificación de la revolución de Octubre, <strong>del</strong> socialismo, entre las masas trabajadoras <strong>del</strong><br />

mundo entero, prestó un servicio inestimable a los representantes <strong>del</strong> imperialismo en la segunda<br />

gran <strong>crisis</strong> planetaria <strong>del</strong> sistema capitalista. Wilson, Clemenceau y Lloyd George no tuvieron tanta<br />

suerte en la primera. <strong>La</strong>s intervenciones públicas de Stalin durante la guerra, las versiones que la<br />

propaganda soviética daba de las relaciones y acuerdos entre las tres grandes potencias,<br />

contribuyeron poderosamente a fomentar en millones de seres, en las fuerzas avanzadas de la<br />

humanidad, la credulidad en las intenciones democráticas y liberadoras de los aliados capitalistas e

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