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La crisis del movimento comunista - Marxistarkiv

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presentación <strong>del</strong> asunto era una pequeña astucia de los políticos americanos, a fin de facilitar la<br />

operación al destinatario <strong>del</strong> mensaje), sino a toda idea de dar una salida revolucionaria a la<br />

tremenda <strong>crisis</strong> que estaba viviendo el sistema capitalista; una salida revolucionaria, en función,<br />

naturalmente, de las posibilidades reales, allí donde las condiciones para ello se creasen. Pero esas<br />

posibilidades y condiciones no estaban fijadas por anticipado; dependían en gran medida – aunque<br />

no enteramente – de la orientación que tomasen las fuerzas avanzadas en el curso mismo de la<br />

guerra. Y la orientación que dejaba en testamento la IC significaba la limitación a priori de los<br />

objetivos <strong>del</strong> proletariado y de las masas populares: su ‘reducción a lo compatible con los ”intereses<br />

vitales y duraderos” de las tres grandes potencias. <strong>La</strong> definición concreta, práctica, de lo admisible,<br />

iría inscribiéndose en los acuerdos secretos de los ”tres”, sin que los pueblos tuvieran la más<br />

mínima posibilidad de hacer oir su voz. O más exactamente: las clases burguesas de Inglaterra y los<br />

Estados Unidos (y a través de ellas las de algunos países europeos ocupados por el nazismo)<br />

contaban con posibilidades considerables de pesar en las decisiones de los dos líderes occidentales,<br />

pero las clases proletarias de Europa, sin hablar ya de los pueblos colonizados, no tenían posibilidad<br />

alguna de pesar en las decisiones <strong>del</strong> personaje que monopolizaba la representación suprema de sus<br />

intereses. <strong>La</strong> única posibilidad residía en que los partidos <strong>comunista</strong>s adoptasen una política<br />

independiente y revolucionaria, pero las direcciones de estos partidos se habían convertido desde<br />

hacía tiempo en apéndices incondicionales <strong>del</strong> Kremlin. <strong>La</strong> excepción titista confirmaba la regla. Y<br />

en consecuencia, las masas – incluidas las masas <strong>comunista</strong>s – pudieron ser condicionadas<br />

ideológica y políticamente a lo largo de la guerra, en el espíritu de la ”gran alianza” y de la ”unión<br />

nacional”, de la colaboración de clases en los países capitalistas, y de la colaboración entre los<br />

pueblos oprimidos de las colonias y las metrópolis capitalistas.<br />

Refiriéndose al pacto francosoviético de 1935, y repitiendo ideas de Lenin, Trotski escribió en<br />

1936:<br />

”Independientemente de la opinión que pueda tenerse sobre las ventajas y los inconvenientes <strong>del</strong> pacto<br />

francosoviético, ningún político revolucionario serio pondrá en duda que el Estado soviético tiene<br />

derecho a buscar un apoyo suplementario en acuerdos transitorios con tal o cual imperialismo. Lo que<br />

importa solamente es indicar a las masas, con claridad y franqueza, el lugar de un acuerdo táctico, parcial,<br />

de ese género, en el sistema de conjunto de las fuerzas históricas. No hace falta, en particular, para<br />

aprovechar el antagonismo entre Francia e Italia, idealizar el aliado burgués o la combinación imperialista<br />

momentáneamente camuflada por la Sociedad de las Naciones. Pero la diplomacia soviética, secundada<br />

por la III Internacional, transforma sistemáticamente los aliados episódicos de Moscú en ”amigos de la<br />

paz”, engaña a los obreros hablando de ”seguridad colectiva” y de ”desarme”, y se convierte desde ese<br />

momento en una filial política de los imperialistas en el seno de las masas obreras.”(130)<br />

De no haber sido asesinado, Trotski hubiera podido comprobar que la ”idealización” de los años<br />

treinta no fue más que un tímido ensayo, casi una mentira infantil, en comparación con la<br />

”idealización” de los años cuarenta. Y la misma escala podría aplicarse al engaño de las masas. <strong>La</strong><br />

”gran alianza”, la combinación imperialista camuflada bajo el rótulo de ”naciones unidas”, la<br />

alianza con las burguesías europeas, se convirtieron en una panacea absoluta, no sólo para resolver<br />

el gran problema inmediato de abatir a las potencias <strong>del</strong> Eje, sino para asegurar la nueva paz, la<br />

democracia, la independencia de las naciones, la justicia social, conceptos que se agitaban – como<br />

corresponde a toda idealización – en su forma más abstracta, desprovistos de todo contenido de<br />

clase.<br />

<strong>La</strong> gran prensa americana saludó con alborozo la disolución de la IC, viendo en el acontecimiento<br />

un ”triunfo diplomático de más largo alcance que las victorias de Stalingrado y <strong>del</strong> cabo Bon”. ”El<br />

mundo respira – decían sus editoriales –; ha sido abandonada la vieja locura de Trotski, se ha puesto<br />

fin al sueño de Marx.” ”Stalin – escribía el Chicago Tribune – ha enterrado los derviches de la fe<br />

marxista. Ha ejecutado a los bolcheviques cuyo reino era este mundo y querían la revolución<br />

universal.” Y el New York Times, sirviendo de altavoz al gobierno americano, reclamaba que la gran<br />

decisión fuera seguida de medidas concretas: abandono por Moscú de la Unión de patriotas polacos,<br />

reconocimiento por los guerrilleros yugoslavos <strong>del</strong> gobierno emigrado en Londres, y participación

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