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hoy y mañana - DSpace CEU

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—No me acuerdo—repuso Venancio.<br />

—¿Que no os acordáis?—exclamó el cobrador sorprendido.—¿Y no tenéis<br />

ninguna prenda marcada?<br />

—No tengo ninguna.<br />

—Pues en ese caso no puedo abonaros el asiento en cuenta corriente.<br />

Pagadme ó seguid andando. ¿Pero ni siquiera os acordáis del número de<br />

vuestro criado ó del de vuestra máquina si os servís por la mecánica?<br />

—No me acuerdo de nada—dijo Venancio con acento de mal humor.<br />

—¿Pero bien sabréis cómo os llamáis?—replicó el cobrador.<br />

—Ya se ve que lo sé. Me llamo Venancio Almendruco.<br />

—¡Pues tenéis más que llegar á una de las puertas y preguntando en<br />

el registro por vos mismo os .dirán el número que tenéis y la calle del<br />

hotel en que vivís!<br />

Este consejo del cobrador de sillas avergonzó de tal manera á Venancio,<br />

que renegando del amor que á tal extremo le había embrutecido que<br />

no le permitía buscarse á sí mismo, se levantó de la silla, y sin detenerse<br />

á dar gracias á su arcángel Rafael, tomó el camino de una de las puertas<br />

que no le costó poco trabajo hallar, y allí averiguó que se llamaba ó se<br />

numeraba, como decía el cobrador, el 1.684 y que su cuarto estaba en la<br />

calle H, al piso 4.° del distrito 9. Tomó una cerilla eléctrica que la portera<br />

le cargó en cuenta, y como precisamente su cuarto estaba al extremo<br />

opuesto de la puerta en que había adquirido las noticias, tuvo que atravesar<br />

todo el establecimiento para llegar á su habitación. Indudablemente<br />

que el estado de su espíritu disculpaba el trastorno que acababa de sufrir,<br />

y no ya su corazón, sino su cabeza, era presa del amor que sentía<br />

hacia Safo. Amor que, á decir verdad, si había tenido razón de ser, no la<br />

tenía para seguir siendo después de todo lo ocurrido; pero que á semejanza<br />

de los incendios reconcentrados y ocultos, que cuando buscan el aire<br />

ya no hay agua que apague la combustión, ardía con todo vigor sin hallar<br />

una mano amiga que lo templara.<br />

Venancio tenía algunos intervalos de juicio y echaba de menos en ellos<br />

el cariño de una pupilera que, impaciente por su tardanza, hubiese estado<br />

al balcón para verlo venir y preguntarle qué tenía, que le parecía un poco<br />

ojeroso y arrebatado, y aun para decirle que tuviera resignación, que<br />

antes que todo era su tranquilidad; pero en vez de echarle de menos, se<br />

había hallado de más en la fonda, y el criado de su departamento ni siquiera<br />

le dio las buenas noches al verle entrar allí. Cuando no llamaba<br />

era señal de que no tenía necesidad de nada, y lo único que hizo fué dar<br />

luz al cuarto, tirando del botón de la chispa eléctrica al abrir la puerta.<br />

El joven extremeño se tendió en una butaca para arrullar más cómodamente<br />

su amor, repasando en su imaginación todas los sucesos del día,

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