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hoy y mañana - DSpace CEU

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un hombre como vos, que debéis estar enterado de lo que es el secreto<br />

en estas casas de comercio, pretendáis que digamos al primero que llega<br />

lo que hacen con su dinero las personas que tienen aquí sus fondos.<br />

—Ya os he dicho—repitió doña Ruperta algo incomodada—que yo<br />

no soy una persona cualquiera, sino que soy su madre.<br />

—¡Y qué tiene que ver que seáis la madre para que os digamos lo que<br />

hace con su dinero vuestro hijo! Cuando él no ha dicho adonde se iba<br />

será porque no querrá que lo sepáis. Idos en buen hora y no sigáis haciendo<br />

preguntas impertinentes, porque no se os dirá nada más que lo<br />

que se os ha dicho.<br />

—¡Pero, señor, es fuerte cosa—dijo doña Ruperta—que siendo yo la<br />

que he abierto el crédito en esta casa á favor de mi hijo, no pueda lograr<br />

que me digan dónde está si lo saben! Hágame usted el favor, por Dios,<br />

de que yo vea al principal.<br />

—Es inútil, porque no os dirá ni más ni menos que yo; y os costará<br />

muy caro el verle, porque cuando se le obliga á venir al escritorio en<br />

horas extraordinarias se hace pagar mucho las consultas, con arreglo al<br />

arancel de derechos en negocios desusados.<br />

El práctico comprendió la razón que tenía el comerciante para hablar<br />

como hablaba, y trató de convencer á doña Ruperta sacándola de allí, no<br />

sin gran trabajo, para que se volviera al hotel y descansara, en la seguridad<br />

de que pronto volvería su hijo ó recibiría noticias de su paradero.<br />

Cedió la buena señora, más que á las reflexiones al cansancio, no<br />

tanto de cuerpo como de espíritu, y al salir á la calle, donde se habían<br />

quedado esperándola sus criados, vio á éstos disputando con un agente<br />

de la autoridad que quería sacarles dos multas: una por infracción del<br />

artículo 340, título 60 del reglamento urbano sobre libre circulación de<br />

las aceras, y otra por desacato de primer grado al decoro público.<br />

Asustóse un tanto la ya con razón asustadiza doña Ruperta, y el práctico,<br />

con aire de ídem, se llegó al agente y le dijo:<br />

—¿Qué han hecho estas gentes?<br />

—¿Son vuestras?—preguntó el agente.<br />

—Mías son; ¿qué pasa?<br />

—Tomad—repuso el agente dándole tres sellos azules y tres blancos<br />

como los del antiguo franqueo de cartas.—Ahí tenéis el papel de multas<br />

por valor de diez y ocho reales.<br />

—¿Pues qué han hecho?<br />

—¡Una friolera! Primero, pararse en la acera obstruyendo la libre circulación,<br />

por lo cual deben, como sabéis, un real cada uno, y luego, lo<br />

que veo por segunda vez desde que soy celador del libre tránsito, sentarse<br />

en la calle corno si estuvieran en su casa.

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