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hoy y mañana - DSpace CEU

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»Yo salgo <strong>mañana</strong>, y cuento por minutos los que me faltan para verte.<br />

¡Dios quiera que nos abracemos con buena salud!<br />

»Mientras tanto, recibe la bendición de tu madre, que te ama mucho,<br />

mucho.—Ruperto,.»<br />

Esta vez no se llevó Venancio las manos ni á la cabeza ni al corazón,<br />

sino que abrió los brazos, dejando que el corazón se le saliera del pecho<br />

y la cabeza le estallara, para acabar de una vez con la vida, que le era ya<br />

una carga harto pesada.<br />

Y al alzar los brazos al cielo lo hizo teniendo en una mano la carta<br />

de Safo y en otra la de su madre, exclamando:<br />

—¡Dios mío! Si es que me estoy volviendo loco, quitadme de una vez<br />

el poco juicio que me resta, porque ya no puedo más. ¡No puedo más!<br />

—añadió con acento de verdadera amargura.<br />

Y cayó sin aliento sobre la butaca.<br />

Hasta qué punto estaba justificado el desaliento de Venancio, tú lo<br />

sabes, lector. Aún daba muestras de muy cuerdo, puesto que pensaba en<br />

que iba volviéndose loco.<br />

Con menos cosas de las que á él le habían sucedido habría perdido el<br />

juicio cualquier otro.<br />

El club de los espiritistas, el telégrafo de noticias frescas, la manifestación<br />

popular, la degeneración del pueblo, tan frío en amor como en<br />

amistad, como en política, todo lo había visto en una sola noche; y á la<br />

madrugada, cuando el astro del día debía iluminar sus sentidos para decirle<br />

si estaba soñando ó despierto, se encontraba con nuevos y extraños<br />

sucesos. Sucesos que si no eran mayores que los que había visto durante<br />

la noche, le tocaban mucho más de cerca, le interesaban más vivamente.<br />

¡En qué momentos veía por primera vez la firma de Safo! Compréndelo<br />

bien, lector, con observar que la vio sin besarla.<br />

¡Cuando se le proporcionaba la ocasión de hacer con ella un viaje! ¡En<br />

los momentos en que estaba entrando en Madrid el ajuar histórico de su<br />

familia, regado con las lágrimas de su madre, y cuando esta señora debía<br />

llegar á la corte y él debía salir á recibirla!<br />

¿Era posible dudar entre su madre que tanto le amaba y la mujer que<br />

ni siquiera comprendía su amor?<br />

Antes de que le ocurriera pensar en lo que debía hacer para cumplir<br />

con ambos deberes, que si para ti. lector, no son iguales, para él eran<br />

ambos imperiosos, llamaron á la puerta y dijeron:<br />

—El maestro de ceremonias pide permiso al número 1.634 pora someter<br />

á su aprobación el programa de la comida electoral.

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