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hoy y mañana - DSpace CEU

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—Al contrario, yo soy la que debo dároslas si os dignáis admitirlas;<br />

porque aunque lo natural es que los primeros suscriptores sean los amigos,<br />

hay algunos que no lo hacen así y devuelven los libros con la mayor<br />

frescura.<br />

—Y gracias—exclamó Norma—que ya no se los piden gratis al autor,<br />

como dicen que sucedía antiguamente, ni hay la funesta costumbre de<br />

prestarlos. Hoy no tienen aún los libros el verdadero valor que tendrán<br />

con el tiempo, pero no se consideran de peor condición que las alhajas y<br />

los muebles y la ropa, que á nadie se le piden regalados, ni menos se<br />

prestan de un lado á otro.<br />

Venancio, como no era autor, no dio gran importancia á lo que decía<br />

Norma sobre la mayor estimación de los libros, pero la dio muy grande<br />

á la de haber dado las gracias, por una cosa que para él tendría gran precio<br />

regalada por Safo y que perdía todo su valor costándole el dinero.<br />

Pero esto no amenguó en nada el amor que la tenía, el cual iba creciendo<br />

á medida que iba pasando más tiempo á su lado.<br />

¡Ay, si el remordimiento de lo que estaba haciendo con su madre no<br />

le viniera á amargar la alegría, qué locuras y qué extremos de amor no<br />

habría hecho dentro de aquella pelota de goma! La cual se ensanchó de<br />

repente, hasta tomar un volumen tres veces mayor del que había tenido<br />

durante el viaje; é instantáneamente, al aparecer en el techo un letrero<br />

que decía: Kiel, villa del antiguo ducado de Ilolstein. ¡Al agua, viajeros/,<br />

desaparecieron las ligaduras de goma que sujetaban á los viajeros, se<br />

retiraron los asientos y se abrió de par en par el carruaje. Safo, Norma y<br />

Venancio salieron de allí, al mismo tiempo que los demás viajeros lo hacían<br />

de sus respectivos carruajes, y la doncella de la mochila, que había<br />

ocupado un asiento en el coche de los utensilios domésticos, se acercó<br />

á tomar órdenes de su señorita.<br />

Venancio alzó los ojos para contemplar el cielo dinamarqués, pareciéndole<br />

todavía un sueño lo que estaba viendo, y al volver la vista hacia<br />

Safo, que era su verdadero cielo, reparó en una mancha negra que tenía<br />

sobre el hombro izquierdo, y sacando el pañuelo le dijo:<br />

—Permitidme, señorita<br />

—¿Qué vais á hacer?<br />

—A limpiaros una mancha.<br />

—No hagáis tal, ó nos harán pagar tres veces el importe del viaje. La<br />

mancha es el número y la contraseña que á todos nos han puesto en señal<br />

de que hemos pagado la ida, la vuelta, la estancia, la comida, el aseo<br />

de la persona y todo lo que nos ocurra hasta volver á Madrid.<br />

—¿Quién lo ha pagado?—preguntó Venancio colorado como un pavo<br />

al recordar que llevaba muy poco dinero consigo.

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