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hoy y mañana - DSpace CEU

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—¿Y qué tiene que ver una cosa con otra? ¡Pobres gentes! Pues qué,<br />

¿no les cuesta su dinero esa ropa por mala que sea?<br />

—No, señora, que no es mala, sino que toda es muy fina, porque si fuera<br />

ordinaria nadie se fijaría en ella. Pero creedme á mí, que ellos van ganando<br />

con que les pidáis muchos prospectos.<br />

—Será lo que usted dice, pero yo no lo entiendo así.<br />

—Si queréis comprar vestidos, camisas ó cualquier otra prenda de estampación<br />

instructiva, eso ya es otra cosa—repuso el práctico; —porque<br />

como las hay de historia, de ciencias, de literatura, de matemáticas, de<br />

geografía, de mecánica y do otra porción de clases, se venden y no se regalan;<br />

pero las de anuncios ó señas de industriales, como que está en su<br />

interés el difundirlos, las dan al primero que las pide. ¿Creéis que este<br />

hotel ni los otros de su clase gastan un real ni en empapelar estas habitaciones<br />

ni en la ropa blanca, siempre que sea estampada? Pues no sólo<br />

no gastan, sino que á veces hasta les clan una prima para que prefieran<br />

tales ó cuales toallas y servilletas. Y francamente, no se necesita ser un<br />

Salomón para comprender que debe ser así, porque el interés de todo industrial<br />

está en que su casa y sus productos sean muy conocidos. Yo fui<br />

un poco de tiempo dependiente ele una gran fábrica de tapones de corcho,<br />

y el principal, que era muy rico, decía que el comerciante que no sabía<br />

gastar el noventa y cinco por ciento de sus productos en anuncios, no<br />

saldría nunca de pobre ni daría crédito á su establecimiento.<br />

Doña Ruperta cortó la conversación pidiendo al práctico que la llevase<br />

á casa de los banqueros por si sabían algo de su hijo, cuya ausencia<br />

la tenía maravillada, aunque allá en sus adentros le creía en Badajoz<br />

y de ninguna manera en Laponia; y á pesar de que el práctico la propuso<br />

que se quedara en el hotel, que él iría en un momento á averiguarlo, el<br />

amor de madre la hizo rechazar la proposición. No podía resistir al deseo<br />

de hallar una persona menos mercenaria que las que le rodeaban y que<br />

pudiese darle noticias más directas y más positivas de Venancio.<br />

Así fue que, cuando vio que no podía tomar la taza de salvia que<br />

creyó necesitar para el mal estado de sus nervios, se volvió al práctico y<br />

le dijo:<br />

—Vamos, porque tal vez el aire de la calle me despejará un poco la<br />

cabeza.<br />

—Según eso, queréis carruaje abierto, porque en globo no me atrevo<br />

á llevaros si no estáis acostumbrada.<br />

—¡Qué globo ni qué calabaza! ¡Está usted loco! No quiero ni globo ni<br />

carruaje abierto ni cerrado, quiero ir á pie<br />

—¡ A pie!—exclamó el práctico.<br />

—¿Está muy lejos?—preguntó doña Ruperta.

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