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hoy y mañana - DSpace CEU

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mo oía; y por último, no se trataba ya de una alucinación del órgano del<br />

oído, sino que también la vista empezó á tomar parte en el asunto, y el<br />

caballero yankeevió por sus propios ojos que las mesas y las sillas se movían<br />

y como que le saludaban al acercarse á ellas, y caten ustedes que<br />

como el hombre no creía en visiones ni en apariciones y casi era profesor<br />

de incredulidad, entró en cuentas consigo mismo y dijo: «Aquí no hay<br />

duda; en estas paredes y en estas mesas hay agentes ocultos, invisibles,<br />

impalpables y de seguro imponderables.» Salió á la calle acontar el suceso<br />

á los amigos, y como no tenía fama de visionario ni de supersticioso,<br />

sino que era, por el contrario, un verdadero incrédulo, nadie dudó de lo<br />

que él decía, y todos se pusieron á mirar con atención los muebles de su<br />

casa, palpándolos, no para ver si se movían, sino para que se movieran,<br />

y he ahí el origen del nuevo baile de San Vito que se declaró en todos<br />

los objetos inanimados del Norte de América y más tarde en toda<br />

Europa.<br />

Las tertulias de la clase alta, porque todas estas revoluciones fantásticas<br />

vienen de arriba á abajo, las de la clase media y las del pueblo se<br />

entretuvieron en hacer girar los veladores, en creer que giraban ó en<br />

aburrirse por no saberlos hacer girar, y nadie se volvió á acordar de los<br />

muebles andariegos hasta que éstos, incomodados de que no les hiciesen<br />

caso, pidieron la palabra y empezaron á hablar. El mismo señor americano,<br />

que no se conformaba con que aquella danza quedase sin alguna<br />

aplicación positiva, dijo, y dijo con razón: «Si todo efecto tiene una causa,<br />

todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente también.» Y con<br />

este raciocinio y otros que se hizo entre dientes, y que no han pasado ni<br />

pasarán á la historia, averiguó que el velador se movía á impulsos de un<br />

ser inteligente; que ese ser era un espíritu, y que el espíritu era el de<br />

algún difunto desocupado, que se había venido un pie tras otro á echar<br />

una cana al aire, como suele decirse, divirtiéndose en menear las sillas y<br />

los veladores.<br />

Pero esto no lo pensó por sí solo, sino que acercándose á un veladorcito<br />

de los más revoltosos y pasándole la mano por el lomo con aire de<br />

cariño, le dijo:<br />

—Creer y pensar que tú te mueves por ti solo, sería una tontería; hablar<br />

de duendes, de brujas y de encantamientos en este siglo de la despreocupación,<br />

del materialismo y de la ilustración, no hay que pensarlo;<br />

las gentes de la fe pertenecen ya á la historia. Nosotros no creemos sino<br />

lo que vemos, y como yo veo que te mueves, por eso creo en tu movimiento;<br />

pero como no hay efecto sin causa, la causa está dentro de ti; tii<br />

tienes alma, tuya ó ajena, esto es lo que menos importa; sería yo un alma<br />

de cántaro si no lo conociese. Y como hasta ahora, por lo que veo, care-

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