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hoy y mañana - DSpace CEU

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ía en la puerta de Alcalá, y que conservada por una compañía arqueológica<br />

se enseña con orgullo y por el dinero á los aficionados, se han construido<br />

dos nuevas: una á la parte del Mediodía, para las temporadas de<br />

otoño é invierno, y otra a la del Norte, para las corridas de primavera y<br />

verano.<br />

En ambas ondea la bandera nacional antes y después de la corrida;<br />

diferenciándose en eso estos edificios do otros en que el trapo nacional<br />

no está á la intemperie y á las injurias del tiempo sino en tanto que duran<br />

las sesiones; esto es, cuando la procesión anda por dentro.<br />

Antiguamente, como que todo eran trabas y obstáculos para las cosas<br />

más pequeñas, no se podía anunciar una corrida de toros sin la consabida<br />

salvedad de (si el tiempo no lo impide), y el tiempo lo impedía cuando<br />

le daba la gana. Pero como ahora el tiempo se mete cuando mucho en los<br />

barómetros, no se cuenta con él para nada, y lo mismo si lo permite que<br />

si no lo permite, la corrida de toros anunciada se lleva á cabo. Todo<br />

está reducido á que si la atmósfera es prudente y se mantiene despejada<br />

y serena se hace la lidia al aire libre, y si llueve se cierra el redondel<br />

con cristales. Otro tanto se hacía antiguamente en los circos ecuestres;<br />

conque no sé por qué aquellas gentes, que eran libres para poner cristales<br />

en la plaza de toros, consintieron en ser esclavas del tiempo.<br />

Verdad es que la afición á los toros no estaba entonces tan desarrollada<br />

como ahora, porque la civilización, ocupada en cosas de más importancia,<br />

no había tenido tiempo de dar una mano á ese divertimiento nacional.<br />

En primer lugar las plazas, que antes eran unos corralones de piedra<br />

ó de madera, con asientos incómodos y desprovistos do todo adorno, son<br />

<strong>hoy</strong> verdaderas obras de arte, edificios grandiosos, monumentos dignos<br />

de ser visitados aun fuera de las horas del espectáculo.<br />

La estatua ecuestre de Alfonso VI, de cuyo reinado pretenden los aficionados<br />

que arrancan los timbres taurómacos de la nobleza española, la<br />

de Rodrigo de Vivar, la de don Juan II, la de Fernando VII y las de otros<br />

muchos monarcas y caballeros, considerados como protectores y propagadores<br />

de la lucha del hombre con el toro, se ven al exterior del edificio<br />

mezcladas con las de Francisco Romero, Pepe Hillo, Luis Corchado, Pablo<br />

de la Cruz, Paco Montes y otra porción de toreros de á pie y de á<br />

caballo.<br />

En una galería de cristales que se extiende alrededor de la plaza en<br />

los tres pisos de la misma, se guardan y enseñan diariamente al público<br />

una porción de objetos curiosos, que los verdaderos aficionados visitan<br />

con entusiasmo y casi con veneración. Las cabezas de los toros de punta,<br />

hábilmente disecadas; el último estoque que usó tal ó cual diestro; el par

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