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hoy y mañana - DSpace CEU

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de MAÑANA, y créeme, lector, que si ahora falto en parte á mi propósito<br />

no es mía la culpa.<br />

Harto me pesa que el estado llano en que vivo, por mi calidad de espíritu,<br />

me tenga reducido á mayor extremo de miseria que aquel en que<br />

vivían los antiguos frailes mendicantes, que al cabo y al fin si hacían votos<br />

de pobreza, en días solemnes les era dado quebrantarlos; porque si<br />

fuera rico daría cuanto tuviera y empeñaría el resto para lograr que doña<br />

Kuperta no llevara á cabo su propósito de abandonar la corte.<br />

Pero soy pobre y es tanta la estrechez en que vivo, que la funda ó<br />

periespíritu en que según los norteamericanos ando rebujado y envuelto,<br />

sobre ser tan estrecha y tan ajustada á mi individualidad metafísica<br />

que apenas me permite hacer el menor movimiento, ó como si dijéramos,<br />

estirar el brazo más allá de la manga, carece de bolsillos, y no parece sino<br />

que algún sastre de los condenados por Quevedo le quitó los bebederos y<br />

las sisas.<br />

Mi único capital consiste en las diferentes existencias humanas que<br />

he tenido, y que á decir verdad ya no sé dónde andan; en la que <strong>hoy</strong> tengo,<br />

cuyo paradero también ignoro, y en las que habré de tener más adelante,<br />

hasta que todo tenga fin. Pero este capital no es negociable ni menos<br />

puedo ofrecérsele á doña Ruperta, puesto que el motivo de salir á escape<br />

de Madrid es el miedo de que la vuelvan á decir que los espíritus son<br />

como el agua de las norias, que va vertiéndose de uno en otro arcaduz<br />

hasta llegar al estanque del riego, donde se desparrama y toma nueva<br />

forma. Líbreme Dios, lector, de dar otro mal rato á esa pobre señora, y prefiero<br />

que por no acabar ella de ver Madrid no lo acaben de ver los lectores,<br />

á que enferme ó se muera; que según la han puesto las explicaciones<br />

espiritistas del fabricante de agua de Colonia, todo es de temer.<br />

Y para que veas, lector, que no te exagero nada, te diré que desde la<br />

plaza de los toros, en cuyos alrededores ocurrió la discusión que sabes,<br />

hasta que su hijo la metió en un carruaje para llevarla al hotel, todo lo<br />

que vio la confirmó en la idea de marcharse al momento de la corte.<br />

Las naranjas de goma, como ella decía, la salían al encuentro por todas<br />

partes.<br />

Iba apoyada en el brazo de Safo y temía preguntarle cosa alguna, porque<br />

la respuesta la dejaba helada de espanto, al par que la aturdía la<br />

erudición dé su futura nuera, á cuyas palabras prestaba atento oído Venancio,<br />

temeroso de una nueva complicación.<br />

Pero la joven literata, á quien el amor que sentía por el hidalgo extremeño<br />

le daba una intuición maravillosa, lejos ele perder fué creciendo en<br />

el aprecio de doña Ruperta, la cual compadecía á la pobre niña á medida<br />

que renegaba de la sociedad de la corte.

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