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hoy y mañana - DSpace CEU

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todo lo principal del pueblo (inclusa doña Tomasa, á quien un color se le<br />

iba y otro se le venía, mordiéndose los labios de ira), emprendió su marcha<br />

en un coche verdaderamente histórico hasta la estación del ferrocarril;<br />

que este es el medio más rápido de comunicación que para las personas<br />

existe hasta la fecha entre la corte de España y Portugal, por más que<br />

aún <strong>hoy</strong> se habla, y algunos parece que lo tocan con la mano, déla Unión<br />

Ibérica.<br />

Á pesar de que los carros del tío Donato habían traído dos días antes<br />

muebles suficientes para llenar dos vagones, todavía trajo consigo doña<br />

líuperta material para otro, gracias á los baúles de la ropa blanca, que no<br />

quiso apartar de su lado, y al coche histórico, que por ser de familia y de<br />

buen movimiento le pareció bien llevar á la corte.<br />

El mismo número que pusieron á los bultos del equipaje le pegaron<br />

á doña liuperta y á sus criados en la espalda, y este detalle que ella no<br />

recordaba haber leído nunca en las brillantes descripciones que hacían<br />

los periódicos de los viajes en vapor lastimó algún tanto su dignidad y<br />

aun debió de enceder su sangre azul, puesto que las mejillas se le pusieron<br />

amoratadas. Pero el silbido de la máquina, la rapidez con que el tren<br />

empezó á correr sobre la vía y el mareo que la producían los objetos que<br />

pasaban rápidamente por su vista no la dejaban pensar en nada, y así fué<br />

que aun el santiguarse, cosa que hacía siempre que emprendía un negocio<br />

arduo, lo hizo cuando ya había andado quince kilómetros.<br />

Pasa ya doña líuperta de los sesenta años, pero tiene la agilidad de<br />

los cuarenta y cinco, y sin embargo, en la parada de diez minutos, única<br />

que hizo el tren- en todo el camino para que comieran los viajeros, no<br />

pudo bajarse á tiempo de probar bocado; porque mientras se alzó del<br />

asiento y se aseguró de que ya el tren no se movía, y quiso buscar quien<br />

le dijera cuánto tiempo daban de parada y si estarían seguros los efectos<br />

que dejase en el coche, y se bajó y entró en el comedor, sonó otra vez el<br />

silbato, y poco menos que á empujones la metieron en el tren.<br />

Pero iba á ver á su hijo, y no la pesó de que la máquina secundara su<br />

impaciencia. Así, engañando su estómago con unos bizcochos y unas tortas,<br />

que partió religiosa y familiarmente con sus criados, y rezando con<br />

ellos un credo después de pasar un túnel y varias otras devociones en<br />

los demás del camino, dio término á éste, llegando á la gran estación central<br />

del Occidente de la corte, la cual no es como las que el lector conoce<br />

y usa, ni creo que se parezca en nada á las que se habrá imaginado desde<br />

que tomó en sus manos el presente libro.<br />

El dímelo andando de estos tiempos, en que todo se hace corriendo,<br />

ha suprimido por el pronto los diez y á veces más minutos de parada<br />

que HOY se dan á la vista de la estación y casi dentro de ella, para que

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