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hoy y mañana - DSpace CEU

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Habíanse lidiado, sin novedad que de contar sea, los tres primeros<br />

toros, y se presentó en la arena el cuarto, buen mozo, como antes decían<br />

y luego dijeron y siempre dirán los aficionados, de muchas libras, bien<br />

armado, de seis años, hermoso trapío y con todas las condiciones y bellezas<br />

que puede tener el mejor toro de la mejor de las castas.<br />

Apenas salió al redondel se paró gallardo un momento á mirar á un<br />

lado y á otro de la plaza, arrancó luego brioso, derribó los tres jinetes que<br />

había en la arena y corrió de un lado á otro, sembrando la consternación<br />

en los lidiadores y conquistándose los aplausos del público. Las máquinas<br />

fotográficas hicieron mil evoluciones para copiar todos sus movimientos;<br />

cruzáronse fuertes apuestas entre los espectadores; inicióse la idea de<br />

arrojarle una corona, y ya había pasado la suerte de las varas, sin que<br />

apenas éstas le hubiesen tocado al pelo, cuando Safo, que tenía fijos los<br />

ojos en el bicho, no muy á gusto de su amante, dijo en voz alta:<br />

—Será una barbaridad que maten á ese toro.<br />

—¡Bravo, señorita, bravo!—exclamó un señor que había en un palco<br />

inmediato.—Esos sentimientos os honran mucho. ¿Sois de la Sociedad?<br />

—¿De qué sociedad?—preguntó Safo.<br />

—De la protectora de los animales.<br />

—No, señor.<br />

—Es igual, me daréis vuestro nombre y las señas de vuestra casa y<br />

<strong>hoy</strong> mismo recibiréis el diploma de socia de honor, de mérito y de corazón.<br />

Y mientras pasaba este corto diálogo, las palabras de la joven poetisa<br />

se repetían de boca en boca, y ya no se oía más que una sola voz en toda<br />

la plaza.<br />

—¡Que no le maten! ¡Que no le maten!<br />

Muchas naranjas y otros proyectiles algo más duros llovían sobre el<br />

espada que cogía los trastos de matar y los banderilleros que iban sobre<br />

el bicho, y el presidente consultaba con el jurado, y la gritería aumentaba,<br />

y los toreros se cruzaban de brazos, y el toro tomaba cada vez nuevas y<br />

mejores posturas académicas, y aquello era una verdadera baraúnda.<br />

Hasta que en el palco de la Sociedad protectora, el cual tiene una cortina<br />

que se corre en el momento que tocan á matar, se asomó un hombre, y<br />

pidiendo por señas y á grandes voces que le escuchasen, dijo:<br />

—La Sociedad no puede ser sorda á los justos clamores de este ilustrado<br />

público. Que pida la empresa todo el dinero que quiera por la vida<br />

de ese hermoso animal y lo tendrá al punto.<br />

—¡Viva la Sociedad protectora de los animales!—gritaron varios racionales<br />

á la vez.—¡Perdón! ¡Perdón! ¡Que no le maten!<br />

Y de acuerdo con el jurado y con la empresa, el presidente perdonó la

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