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hoy y mañana - DSpace CEU

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substancia; ha podido también cambiar los instintos de ciertos animales,<br />

por una serie de repetidas degeneraciones que, aumentando la belleza do<br />

su musculatura, les roban la fiera hermosura de sus instintos; pero el<br />

racionalismo ha sido impotente para degenerar la raza humana hasta el<br />

punto de no dejarle otra cosa de los divinos destellos que al Supremo<br />

Hacedor le plugo darle, que la cascara como á las frutas y la piel como<br />

á los animales.»<br />

Así discurría el enamorado mancebo entre las gentes que acudían á<br />

comprar su carta y el supuesto retrato de su autor, pensando acaso como<br />

D. Quijote que los encantadores enemigos de su felicidad cambiaban<br />

las cosas que á su bienestar iban dirigidas, trocando á su hermosa Dulcinea,<br />

no ya en una rústica labradora, sino en una mujer material y descreída,<br />

cuando el papel que tenía entre las manos le hizo volver en sí y<br />

penetrar en la redacción, atropellando á cuantas personas le salían al<br />

paso, resuelto á averiguar cómo y cuándo había llegado su carta á poder<br />

-de la redacción y quién había dado permiso para que se publicara.<br />

En vano el potero, que cubría sus carnes con unas pieles á la usanza<br />

de los antiguos pastores de la Arcadia, y dos jóvenes, vestidos de pajes<br />

del siglo xv, quisieron privarle la entrada, preguntándole cortésmente á<br />

quién buscaba. Venancio entró sin hacerlos caso en una gran sala, toda<br />

cubierta de tapices antiquísimos y adornada de objetos curiosos y raros<br />

de todos los siglos, entre los cuales llamaban la atención por la riqueza<br />

del fanal que los cubría un enorme brasero de azófar, una plancha, unas<br />

agujas de coser y de hacer calceta, una rueca y un huso, un dedal y un<br />

puchero de barro de Alcorcen. No paró el joven su atención en ninguna<br />

de estas prendas, sino que ciego de ira se encaró con el hombre que parecía<br />

encargado de aquella prendería, y le dijo:<br />

—¿Dónde están los redactores del Boletín de antigüedades?<br />

—Yo soy uno de ellos—contestó el interpelado soltando el manubrio<br />

de una especie de órgano que tenía al lado de su asiento,—y ahora mismo<br />

estoy escribiendo la última hora del número de esta tarde. ¿Venís á venderme<br />

alguna noticia curiosa? ¿Se ha descubierto alguna nueva antigüedad?<br />

Ahora acabo de comprar un escrito hallado en el hundimiento de<br />

una casa de 1830 en la calle de Alcalá, que cuando le publiquemos nos<br />

hará vender cien mil ejemplares del periódico.<br />

—Yo no vengo á vender papeles viejos—exclamó Venancio irritado,<br />

—sino á comprar á estocadas un secreto que me interesa averiguar. ¿Quién<br />

ha traído este documento á la redacción?—añadió enseñando y casi metiendo<br />

por los ojos el periódico al redactor del Boletín.<br />

—¿Cuánto dais por saberlo?—preguntó el interpelado con la mayor<br />

sangre fría.

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