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hoy y mañana - DSpace CEU

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—¿Qué está usted diciendo?—repuso doña Ruperta.—¿Sabe usted lo<br />

que tardó mi señor padre (Dios lo tenga en su santa gloria) en ese viaje,<br />

y no en galera sino en coche? Diez días. Y llamó la atención como muy<br />

ligero.<br />

—Lo creo porque vos lo decís—replicó el fabricante;—pero en esc<br />

como en todo hay mucha exageración. Yo que, como sabe vuestro hijo,<br />

soy espiritista<br />

—¿Espiri qué?—dijo doña Ruperta.<br />

—Espiritista; de esos que, como dice el vulgo, evocan los espíritus de<br />

los muertos para hablar con los difuntos.<br />

—¡Jesús, María y José!—gritó doña Ruperta horrorizada.<br />

Y cuando el fabricante, sospechando la causa de aquella exclamación<br />

y firme en su propósito de propaganda espiritista, se disponía á tranquilizar<br />

á doña Ruperta, explicándola con algún hecho práctico las ventajas<br />

y excelencias de su doctrina, cátate, lector, que se presenta el maestro<br />

de ceremonias del hotel, vestido con tal etiqueta y tal aparato, que nada<br />

menos que cuatro pajes eran necesarios, y los llevaba consigo, para sostener<br />

las cuatro colas en que se partía la del magnífico manto de escarlata<br />

que le cubría los hombros; completando su traje calzón corto de<br />

seda y medias de lo mismo, zapatos con hebilla, trusa y ropilla de raso<br />

todo negro, ancha y rizada valona al cuello, birrete de terciopelo negro,<br />

y la varilla dorada, distintivo del ejercicio, en la mano derecha.<br />

A la vista de aquella enjuta y apergaminada carta de la baraja, en<br />

que parecía estampado un rey de bastos, que tal semejaba el maestro de<br />

ceremonias, abrumado con el manto de escarlata, no sé si por respeto ó<br />

por miedo, se puso en pie doña Ruperta, extrañando no poco que el fabricante<br />

de agua de Colonia no se moviera de su asiento ni aun hiciera el<br />

más ligero saludo. Y cuenta que el recién venido le hizo tres tan reverentes<br />

y tan profundos al asomar allí, que los cuatro pajes tuvieron que alzar<br />

el brazo y aun ponerse sobre las puntas de los pies para que no se les<br />

escapara la cola de las manos; tanto fué lo que aquel hombre dobló el<br />

espinazo.<br />

—¿No está el señor diputado?—dijo dirigiéndose al fabricante.<br />

—No—contestó éste,—y me parece que no llega al banquete; son ya<br />

las seis y once minutos.<br />

—¿Tengo el honor de hablar con alguno de los señores invitados?—<br />

preguntó el maestro de ceremonias.<br />

—Justamente—repuso el fabricante—estáis hablando con el elector<br />

que ha dado el triunfo al candidato. Mi voto ha decidido la elección.<br />

El maestro de ceremonias se inclinó de nuevo y dijo:<br />

—¡Es decir, que la persona en cuya presencia tengo la honra de encon-

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