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hoy y mañana - DSpace CEU

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al y en grandes lienzos, que en forma de estandartes llevaban detrás de<br />

la procesión los lacayos del dueño de la ganadería vestidos de gran librea<br />

Y lo que más le llamó la atención fué el silencio que reinaba en la plaza,<br />

á causa de que apenas había un espectador que no estuviese con el lápiz<br />

en una mano y el estado en la otra para apuntar los lances de la corrida;<br />

viéndose de trecho en trecho asomar, como otros tantos obuses, las máquinas<br />

de la fotografía instantánea que estaban allí sorprendiendo todos<br />

los accidentes de la lidia.<br />

También observó que los alguaciles estaban inmóviles debajo del palco<br />

de la presidencia sin alzar nunca la cabeza para mirar al presidente; y<br />

era que éste les daba sus órdenes por medio del telégrafo eléctrico, y ellos<br />

las transmitían del mismo modo á todas las dependencias de la plaza y á<br />

todos los puntos del redondel. De manera que apenas el presidente pensaba<br />

que el picador debía ir al toro, ya sabía el diestro el pensamiento de<br />

eu señoría, y no se perdía un solo segundo en llevar y traer la orden;<br />

haciéndose lo propio para todas las demás disposiciones que exigía el<br />

buen servicio de la plaza.<br />

No entrando en este número la de mandar retirar un caballo por inútil,<br />

porque este caso no puede ocurrir desde que la Sociedad protectora<br />

de los animales, afligida por el derramamiento de la sangre caballar, ha<br />

conseguido que los picadores monten caballos de máquina, los cuales<br />

tienen el vientre y los pechos de goma elástica, de manera que cuando el<br />

toro los embiste la ilusión es completa. Y en cuanto á lo demás, es tan<br />

sensible esa mecánica á los movimientos del hombre, que el picador<br />

avanza y retrocede como si anduviera por su propio pie. Verdad es que<br />

los porrazos son más frecuentes y más peligrosos; pero se ha quitado el<br />

repugnante espectáculo de la sangre, que no ha sido poco quitar.<br />

El toro es el único que, á pesar de los lamentos de la Sociedad protectora<br />

y de los grandes premios que todos los años ofrece al que invente la<br />

manera de sustituirlos mecánicamente, sigue condenado á muerte. Algunos<br />

padecimientos le ahorra la intervención filantrópica de esa sociedad,<br />

pero ninguno le libra de morir á manos del espada después de bien picado<br />

y banderilleado. Lo que ha logrado la sociedad es que el encierro no<br />

se haga á pie, acosando á los pobres animalitos y ahogándoles con el<br />

polvo; que la divisa no vaya clavada, sino pegada, y que si saltan la barrera<br />

se les vuelva con engaños á la plaza, sin que se permita á nadie<br />

pincharlos ni maltratarlos.<br />

La intervención de la Sociedad no ha podido ir más allá nunca. Estaba<br />

reservada una excepción de esto para el día en que Venancio asistió<br />

al espectáculo con su madre y con su novia, y estaba reservado á esta señorita<br />

el tomar la iniciativa en el asunto.

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