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hoy y mañana - DSpace CEU

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Una sonrisa amarga, porque ya tú sabes, lector, que hay sonrisas que<br />

destilan hiél y corroen la boca, se dibujó en los labios de Venancio al oir<br />

lo del maestro de ceremonias y quererlo casar en su memoria con la manifestación<br />

popular que acababa de ver, á tiempo que asomaban por tres<br />

distintos buzones abiertos en el muro y como movidos por una mano invisible<br />

tres distintos papeles.<br />

Era el uno El Eco Matutino, periódico del hotel, cuya última hora,<br />

escrita con grandes caracteres, llamó bien pronto la atención de Venancio,<br />

y decía de esta manera:<br />

«Tenemos la satisfacción de anunciar á nuestros suscriptores que uno<br />

de ellos mismos, nuestro apreciable huésped el número 1.684, ha sido<br />

elegido diputado por el distrito 580.<br />

»Un sentimiento de modestia, que creemos ha de ser bien interpretado<br />

por el público del hotel, nos sella los labios. Otros aplaudirán como se<br />

merece esta acertadísima elección. El país y el hotel están de enhorabuena.<br />

»¡Vivan los electores del distrito 580!<br />

»¡Viva el nuevo diputado!»<br />

El otro papel era un billete concebido en estos términos:<br />

Os espero á las doce. El viaje durará veinticuatro horas más de lo que<br />

yo había calculado.—SAFO.<br />

Era también una carta el tercer documento; pero una carta de provincias,<br />

que decía así:<br />

«Hijo de mi alma y de mi vida: Entre morirme aquí de tristeza por<br />

no tenerte á mi lado y exponerme á perecer en un descarrilamiento camino<br />

de la corte, donde si Dios me permite llegar con vida tendré el<br />

consuelo de abrazarte, prefiero esto último. No sé lo que pensarás de mi<br />

resolución, pero todos los parientes y los amigos la han aprobado, porque<br />

todos ellos saben lo que sufro ausente de ti y con unas cartas tan cortas<br />

como las que me escribes de pocos días á esta parte.<br />

»Pensé deshacer la casa, vendiendo aquí los muebles, pero no he tenido<br />

valor para tanto. Lloraba como una niña cuando veía á estos compañeros<br />

de mi infancia, mudos testigos de todas las penas y las alegrías de mis<br />

abuelos, próximos á pasar á manos extrañas, vendidos por un puñado de<br />

oro, y he resuelto llevarlos conmigo. Ayer se cargaron todos, perfectamente<br />

empaquetados, en los carros del tío Donato, que los llevarán hasta<br />

la estación del ferrocarril. Cuida de salir á recogerlos para que no se<br />

rompa ninguno.

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