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hoy y mañana - DSpace CEU

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ierto tantos fluidos nuevos, tan desemejantes y tan antipáticos los unos<br />

con los otros, pero tan determinado cada uno de ellos en el metal ó en<br />

el mineral que le produce, que le ha sido fácil darle á la industria millares<br />

de ellos para todas sus aplicaciones y sus trabajos. Así el secreto de<br />

las alas del amor, como el de los cicerones metálicos, consiste en poner<br />

en la flecha, que para las primeras se lleva en la mano ó en la hebilla<br />

que descubren en el cinturón, el mismo metal ó mineral que predomina<br />

en todos los tejados y edificios-de cada barrio. No es otra cosa ni estas<br />

gentes han hecho más ni menos que desarrollar el pensamiento déla brújula,<br />

que la humanidad estuvo mirando embobada por espacio de tantos<br />

siglos, y aplicarle con nuevos imanes á otros usos de la vida.<br />

Así lo comprendió Venancio, y sin temor alguno hubiera pedido desde<br />

luego unas |alas para volar en busca de su amor, si no hubiera tenido<br />

vergüenza de declarar su pasión en presencia de tanta gente. Pero<br />

como por una parte acababa de persuadirse de que no le conocía nadie<br />

y de que gracias á su manera de pensar y de sentir estaba siendo extranjero<br />

en su patria, y por otra vio que el prospecto decía que las alas del<br />

amor servían para el amor del oro, el de los negocios, el de la vida y<br />

todos los amores, incluso (así decía el papel) el amor de la gloria y el<br />

amor de la mujer, se decidió á alquilar un par de ellas, seguro de que<br />

las gentes que le vieran partir creerían que iba en alas del amor de la<br />

bolsa ó del club ó de cualquier otro amorcillo de escalera abajo, como<br />

por ejemplo, el amor propio.<br />

Después de ajustado el vehículo, tuvo que declarar la calle adonde<br />

pensaba dirigirse; y en esto, aunque lo hizo en voz baja, guardó un vergonzoso<br />

respeto á su pasión dando las señas de otra calle próxima. Y<br />

ceñido el cinturón alígero y empuñada la flecha, hendió los aires entre<br />

los aplausos de la multitud, seguido de un muchacho poco más ó menos<br />

de ocho años de edad; el cual se puso la flecha en el sombrero, y cruzado<br />

de brazos llevaba sujeto en ellos el bastón de Venancio, como <strong>hoy</strong> lo hace<br />

el jockey del gentlemen en el paseo de la Fuente Castellana.<br />

Como el invento era aún modernísimo, algunas gentes se pararon pollas<br />

calles, aunque apenas se los distinguía por la rapidez con que volaban;<br />

y llegados al término del viaje, descendieron á su capricho, sin más<br />

que volver las flechas como si fueran á clavarlas en el suelo. Venancio se<br />

desenganchó, dio sus alas al escudero, y cuando le quiso entregar un<br />

duro de propina el muchacho le replicó:<br />

—Dádmelo en papel si tenéis voluntad, porque lo demás es querer<br />

matarme.<br />

—¡Mataros! No comprendo —dijo Venancio.<br />

—Pues no hay nada más fácil—replicó el chico.—¿Sé yo por ventura

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