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hoy y mañana - DSpace CEU

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—Pues en ese caso marchad.<br />

—¿Y mi madre?<br />

—Aquí la encontraréis cuando volváis. Si queréis que se aloje en el hotel<br />

se la saldrá á recibir con el tren que digáis y se le hará presente vuestra<br />

ausencia. Yo os aseguro que se la tratara de manera que no echará de<br />

menos nada.<br />

—Lo echará de menos todo si no puede echarse en los brazos de su<br />

hijo.<br />

—Cuando sepa que estáis ocupado en un negocio de verdadero interés,<br />

se alegrará mucho de no veros, porque lo que quieren todas las buenas<br />

madres es que prosperen los negocios de sus hijos.<br />

Venancio se dispuso á replicar al maestro de ceremonias imponiéndolo<br />

silencio; pero la vergüenza que le causó haber profanado la memoria de<br />

su madre, poniendo su amor filial á discusión con un ente mercenario, fué<br />

el rayo de luz que alumbró su razón, deplorablemente ofuscada hasta entonces,<br />

y cortando aquella entrevista dijo con aire de verdadera dignidad:<br />

—Pensaré lo que debo hacer, y mientras tanto, si no estoy en el hotel<br />

á la hora del banquete presididle en mi nombre, excusando mi falta do<br />

asistencia por un asunto de familia; pero es posible que yo os ahorre esa<br />

molestia.<br />

—De todos modos—replicó el maestro de ceremonias,—puesto que no<br />

tenéis seguridad de poder venir quedo comprometido y no tomaré ninguna<br />

otra comisión para esa hora.<br />

—Sí, sí—repuso Venancio, alzándose en pie é indicando á aquel hombre<br />

que podía tomar la puerta.<br />

En vano quiso éste que el diputado electo designara en el álbum la<br />

clase de mesa, servicio de ésta y el número de platos y de vinos que habían<br />

de presentarse en el banquete. Venancio se negó á escucharle y le<br />

despidió diciéndole que le autorizaba para disponerlo todo como mejor<br />

le pareciese; á cuyo voto de confianza respondió el maestro de ceremonias<br />

arqueando las cejas, poniendo los ojos en blanco y quebrando de tal<br />

modo el cuerpo que el orador más experimentado no hubiese expresado<br />

mejor su gratitud en un discurso de hora y media.<br />

Cuando el joven extremeño se vio solo en su cuarto, dio tres patadas<br />

en el suelo, se mesó los cabellos y dijo en voz alta con acento de verdadera<br />

desesperación:<br />

—Yo me tengo la culpa de todo lo que me pasa. ¡Maldita sea la diputación<br />

y el hijo de doña Tomasa y el fabricante de agua de Colonia y....<br />

Tal vez iba á pronunciar el nombre de Safo, enredado entre aquella<br />

maldición, porque cerró la boca y los ojos haciendo un gesto repulsivo<br />

como el que hacen los cantantes cuando la garganta les anuncia un gallo,

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