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hoy y mañana - DSpace CEU

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»E1 parroquiano que se retira del club, soñoliento y sin fuerzas ni aun<br />

para desnudarse y meterse en la cama, no tiene más que hacer que saberse<br />

colocar en la camarera y ella sola le desnuda y le acuesta.<br />

»Si la demasiada excitación del cerebro ó por el contrario el cansancio<br />

del cuerpo no le permiten dormir tan pronto como desea, le bastará<br />

abrir la boca del Morfeo que hay á la cabecera de cada lecho, y un suave<br />

é imperceptible aroma opiado le dará un instantáneo sueño dulcísimo.<br />

»A esa misma cabeza de Morfeo se le puede pedir cuanto se necesita<br />

sin más que hablar en voz baja al oído derecho y escuchar la contestación<br />

por el izquierdo.»<br />

Venancio respetó el secreto de las demás condiciones, y sin leer una<br />

sola línea más buscó la cabeza, que con efecto estaba en el sitio en que<br />

las antiguas camas tenían dos ángeles ó una imagen de la Virgen, y acercándose<br />

al oído derecho dijo:<br />

—Quiero salir de aquí al momento.<br />

—¿Adonde queréis ir?—oyó que le preguntaba una voz que salía por<br />

la oreja izquierda de la cabeza de Morfeo.<br />

—A la calle—repuso al punto Venancio.<br />

—Sentaos en la camarera—le dijeron.<br />

Y apenas lo hubo hecho, cuando se encontró el sombrero en la mano<br />

y las botas en los pies, y un segundo más tarde se halló en el parque<br />

frente á un hombre que con una bandeja en la mano le cerraba el paso.<br />

—¿Qué queréis?—le preguntó Venancio.<br />

—Que me paguéis la estancia.<br />

—¿Cuánto os debo?<br />

Y echando mano al bolsillo añadió:<br />

—Aunque bien mirado, vos sois el que me deberíais pagar á mí el<br />

atropello con que me habéis tratado.<br />

—Caballero—repuso el cobrador del dios Morfeo,—aquí no se hace violencia<br />

á nadie, y precisamente lo que distingue este establecimiento de<br />

los demás dormitorios públicos es: que ni tiene buscones en la calle para<br />

engatusar durmientes, ni ómnibus á la puerta de los clubs llamando á<br />

nadie á la cama, ni siquiera reparte prospectos en las academias ponderando<br />

las ventajas del sueño á los que están escuchando discursos casi<br />

siempre soporíferos. Bien seguro podéis estar de que todo el que entra en<br />

estas alcobas lo hace por su propia voluntad. Y no se diga que hay pocos<br />

aposentos, ni que no están todos llenos, porque tenemos 1.500 sólo de<br />

primera clase, y si acertáis á sentaros una hora más tarde, habríais tenido<br />

que estar esperando alcoba más de diez minutos.<br />

—¿Cuánto os debo?—volvió á decir Venancio, convencido de que él se<br />

tenía la culpa de lo que le había pasado.

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