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hoy y mañana - DSpace CEU

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del otro, y la corriente magnética de aquellas voluntades, lo que antiguamente<br />

se llamaba la fuerza de la sangre, estuvo á punto de cortar y suspender<br />

la corriente eléctrica de las carretillas.<br />

Paró Venancio la suya, porque iba preparado á hacerlo si la casualidad<br />

le deparaba el placer de encontrar á su madre, y corriendo en busca<br />

de ésta, la estrechó amoroso entre sus brazos, quitándola, con la satisfacción<br />

de verle, la curiosidad de preguntarle dónde había estado hasta aquel<br />

momento felicísimo para ambos.<br />

Si el práctico había visto alguna vez un saludo tan tierno, había perdido<br />

por razón de su oficio la memoria de semejantes afectos, y quedó<br />

perplejo, sin saber qué hacer ni qué pensar de aquella escena, cuyo complemento<br />

fué un abrazo que Venancio dio al criado de su madre y un<br />

apretón de manos familiarísimo á las doncellas.<br />

De su estupor salió cuando se sintió también estrechar la mano por<br />

el joven extremeño, que enterado por su madre de los buenos servicios<br />

de aquel hombre, quiso darle participación en la alegría que le rebosaba<br />

por todo su cuerpo, y con largueza suma le pagó sus honorarios y tocios<br />

los gastos que había hecho acompañando y sirviendo á su madre, diciéndole<br />

que podía retirarse.<br />

Y cuando el asombrado alquilón iba á hacerlo, casi sin despedirse de<br />

sus parroquianos, doña Ruperta le dijo:<br />

—Supongo, buen hombre, que ya que hemos tenido el gusto de conocer<br />

á usted, no será esta la última vez que nos veamos.<br />

El práctico contestó á esta afectuosa indicación sacando una tarjeta,<br />

en la que estaba grabado su retrato y el nombre y número de su profesión,<br />

preguntando si la señora quería que fuese al hotel todos los días á<br />

tomar la orden para acompañarla á visitar la población y á hacer algunas<br />

compras; pero Venancio, amaestrado por una costosa experiencia, dijo<br />

que no había necesidad y que bastaba con la tarjeta para llamarle cuando<br />

les conviniera.<br />

Con lo cual el prático dio media vuelta, diciendo para sus adentros:<br />

«Tarjeta perdida; bien sabía yo que en pareciendo el hijo estábamos<br />

demás los prácticos.»<br />

Aquella noche la pasó doña Ruperta en el hotel sin poder reconciliar<br />

el sueño, exaltado su cerebro con la impresión que había recibido desdo<br />

que estaba en la corte, y muy principalmente con el placer de hallarse<br />

al lado de su hijo. Esto último era lo que verdaderamente alejaba el<br />

sueño del fatigado espíritu de la pobre señora, por aquello de que el<br />

dolor adormece y el placer desvela.<br />

El reo duerme en la capilla la víspera de la fatal ejecución, y el académico<br />

laureado cuenta despierto las horas de la noche que precede á la

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